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En gran parte, Hell debió ser un invento de la escuela poética islandesa de la Alta Edad Media. No se aprecian influjos cristianos en el sentido de considerar el más allá como cárcel y expiación. Y, como el Hades de los griegos, el infierno germánico también era un mundo de vida degradada, un triste y sordo reino de los muertos, que condenaba a los difuntos a una existencia aparencial e informe, como sombras. Pero estos préstamos literarios no se acomodan del todo con los usos mortuorios del Norte vikingo. En éste, la muerte no aparece como el final de la existencia, sino como una crisis que podía dar un giro a la vida, sin suprimirla totalmente. De ahí que tuviera tan gran importancia el cómo y el cuándo del morir. Según las ideas germánicas del Norte, una condición de la unidad de la vida y de la supervivencia era ir a Odín con toda la fuerza o al menos con una considerable reserva de fuerza. Quien se despedía debilitado y consumido tras una larga enfermedad, no tenía ya ninguna esperanza formal de sobrevivir. Por eso Jan de Vries conjetura que incluso el matar a los ancianos primitivamente tenía un carácter de exigencia de culto y que las víctimas lo consideraban necesario y deseable. El culto a los antepasados también echaban sus raíces en la representación de la supervivencia activa. Los muertos permanecían en comunidad con los vivos, aunque llevasen mucho tiempo en el reino de las sombras de Hell, donde nunca ocurría nada, se agitasen en la red de la diosa Ran o se entregasen virilmente a las diversiones del Walhalla. Los que les sobrevivían tenían la misión de equipararlos decorosamente para la nueva existencia, proporcionarles una sepultura digna, cantar las acciones gloriosas del muerto y, naturalmente, hacer que éste participara en la vida de la estirpe, ofreciéndole sacrificios, invitándole a la mesa en las grandes solemnidades del año y recordarlo en todos los acontecimientos familiares importantes. Si no cumplían con esas obligaciones, si renunciaban a satisfacer a los difuntos, podía ocurrir que un día éstos regresasen y se mostraran como fomentadores de discordias y como malintencionados. En tales casos la estirpe se veía obligada a matar a los muertos por segunda vez. muchas de las tumbas profanadas que los arqueólogos han descubierto probablemente fueron abiertas por motivos de culto. Costumbres. En el Norte, las costumbres funerarias eran ya, en los tiempos previkingos (que empiezan alrededor del 600), extraordinariamente multiformes. Tanto las noticias literarias como los descubrimientos arqueológicos testimonian las más diversas formas de inhumación. Todavía en los siglos del imperio romano se acostumbraba incinerar a los muertos y guardar sus cenizas en urnas, bajo chatas colinas. Pero la costumbre de enterrar el cadáver se extendió paulatinamente por el Norte europeo a finales de la época de los vikingos. Este fenómeno, al observarse inicialmente en Dinamarca, permite colegir los primeros influjos cristianos. El sepultar en la tierra pasó luego a Noruega y a Suecia, pero allí no llegó a imponerse en la misma proporción que en Jutlandia, Fionia y Zelandia. Los investigadores de las religiones se han enfrentado con arduos trabajos para descubrir, tras las distintas formas de inhumación, diferentes concepciones mitológicas. Esfuerzos baldíos. Lo más que logran es la impresión de que, en general, la idea de la supervivencia