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fue abierto a través de un estrecho istmo al norte de la isla y ahondado para permitir el paso de barcos de poco calado. Sus lados inclinados se revistieron con madera y la totalidad de la obra requirió una habilidad técnica considerable, así como la disponibilidad de una importante mano de obra. Todos estos logros prepararon el terreno para los posteriores desarrollos del período vikingo. · Expediciones Vikingas. Las costas recortadas de los países nórdicos y el rigor de su clima habían convertido a los escandinavos en navegantes desde la noche de los tiempos. Habían adoptado como hábitat las orillas a lo largo de los fiordos y el barco había llegado a ser el instrumento indispensable para la pesca y el transporte de personas y mercancías. En unas tierras en que la circulación terrestre resultaba muy dificultosa durante la mitad del año, a causa de la nieve o del barro, el barco permitía desplazarse a lo largo de las costas y penetrar profundamente en el interior de las tierras, a través de los fiordos. Hasta el siglo VIII, las actividades marítimas de los escandinavos se limitaron a la navegación costera, pero aquellos que soñaban con aventuras deseaban ardientemente perder de vista las costas. La embarcación que querían tenía que ser a la vez marinera y robusta para afrontar el mal tiempo y lo bastante ligera para poder ser desplazada en tierra con ayuda de rodillos. Su calado debía ser pequeño, con objeto de que le fuese posible abordar las orillas y remontar los ríos y, al mismo tiempo, tener una capacidad de carga importante para transportar el máximo de botín o de fletes comerciales. A partir de estas exigencias, difíciles de conciliar, los carpinteros de ribera escandinavos consiguieron en el siglo VIII la mejor síntesis posible, unos barcos que no tuvieron rival en la época en que fueron construidos. Todavía en la actualidad, nos admiramos ante la belleza del diseño de los cascos que presentan los navíos exhumados por los arqueólogos. Este grado de perfección fue el resultado de mejoras sucesivas, obtenidas tras numerosos intentos. Sin el largo y paciente trabajo de los marinos nórdicos, enfrentados diariamente a las duras exigencias del mar, no podríamos hablar de una era vikinga y los escandinavos no hubieran salido del primitivismo en que vivían para realizar las proezas que continúan asombrándonos. A partir del día en que dispusieron de buenos barcos, aptos para la navegación de altura, el mar Báltico les quedó pequeño y el viento de la aventura empezó a hinchar las velas de muchos de ellos, atrayéndoles más allá del horizonte, hacia nuevas tierras ricas en promesas. Las expediciones vikingas se organizaban en forma de una asociación de intereses. Los participantes, que podían ser dos o más, compartían los gastos y el riesgo de la operación que se proponían emprender, constituyendo entre ellos un felag (asociación). Los navíos que pertenecían en copropiedad o en plena propiedad a los felagi se ponían en común y, si la expedición terminaba bien, se repartían las riquezas adquiridas entre los socios. Además, cada felagi se comprometía mediante juramento a hacer respetar los derechos de los socios desaparecidos o ausentes. En la época vikinga, la asociación iba más lejos, estableciéndose entre los socios una relación todavía más estrecha, una especie de fraternidad entre varios individuos.