REVISTA LA CRUZ 1062 ENE-FEB 2017 | Page 21

ne por ley suprema el nuevo mandato de amar como el mismo Cristo nos amó, y cuya única meta es la dilatación del Reino de Dios, incoado por el mismo Dios en la tierra( cf. LG 9).
El llamado de Dios a nuestra Familia de la Cruz para ser Pueblo sacerdotal se erige como un horizonte utópico que debe jalonar todas nuestras iniciativas pastorales, todo nuestro dinamismo apostólico y nuestro compromiso de entrega cotidiana. Nuestro lugar está en las“ fronteras existenciales”, en la periferia de este sistema, en los pequeños pasos que muchos están dando para imaginar otro mundo posible. También está en lo cotidiano, pero esperanzador, de los pequeños relatos de jóvenes que se comprometen en un servicio a los más pobres, de grupos de niños y adolescentes que sirven a su comunidad, de comunidades que semana con semana se reúnen y no se contentan con mirarse unos a otros, sino que quieren servir a sus hermanos. Está en la Iglesia que queremos, una de corazón grande en la que todos tienen cabida; una más sencilla y participativa que descubre el Reino con valentía más allá de ella misma.
Para construir la Iglesia que queremos, el Pueblo sacerdotal en el que todos tenemos un lugar, necesitamos, al mismo tiempo, agudizar y ampliar nuestra mira da. Necesitamos una mirada corta de artesano para apreciar, amar y dar calor a lo más diminuto de cada jornada, y una mirada larga de centinela para ver el horizonte hacia donde nos dirigimos.
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