Las luces amarillentas de los alrededores de la Plaza de Cienága,
Magdalena, amanecía atestada de gente y en el ambiente flotaba un
olor a sudor, excrementos y orines, cuando empezamos a mirar unos
bulticos negros en los techos de las casas que daban la plaza, sólo
unos minutos después vimos que eran soldados, que habían colocado
sus ametralladoras Browing apuntando hacia nosotros.
La gente les gritaba de todo, pese a que la angustia, el dolor, la rabia
y la impotencia dominaba el ambiente. Después todo aquello fue un
infierno.
Sólo se oían ráfagas de ametralladora, gritos de dolor y angustia, has-
ta que la Plaza quedó hecha un montículo gigantesco de muertos y
heridos. Todo era gritos de auxilio, llanto de los niños y sus madres,
sangre que rodó por todas partes.
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MEMORIA COLECTIVA