— Me quedo con las vueltas para arreglar lo de atrás— dijo el conductor con una voz amarga.— Pero si fue usted el que me golpeó— respondió Javier en forma de protesta.— Lo siento, pero tengo que arreglarlo.— A ver, si usted me pegó ¿ por qué sería justo que yo le pagara?— Me quedo con el dinero o se baja de mi bus.
« Perfecto, esto solo me pasa a mí », pensó Javier. Era un alimentador pequeño y Javier casi no cabía por su altura. Se sentó en un puesto junto a la ventana. Durante media hora vio el borde de la carretera con árboles y un pozo con agua muy sucia. Luego se bajó en el Portal Suba, una estación grande, amplia pero llena de gente. A pesar de ser temprano el cielo estaba muy oscuro y nublado.
Javier fue a un mapa y vio que tenía que coger el bus H15, esa era la ruta que lo llevaría a una estación en la que te tendría que coger otro Transmilenio para llegar a su casa. Esperó veinte minutos sentado en un barandal a que pasara el bus. Cuando pasó, se subió. Tuvo que espicharse contra la puerta porque no había espacio. Se metió el celular y la billetera al bolsillo.
Tres estaciones después, se bajó en 21 Ángeles. Esta estación era pequeña comparada con la anterior y se parecía a la mayoría de estaciones: angosta y con dos puertas de cristal a los costados por toda la estación.
A Javier le dolía la espalda, entonces se descolgó su maleta, pero cuando lo hizo salió un montón de gente que lo empujó a entrar a un H4 y lo obligó a dejar su maleta en el piso de la estación. El H4 era una ruta que lo llevaba al lado opuesto de donde iba.
Él, rápidamente, cogió un puesto y pensó, « En la siguiente estación me bajo ». Se sentía cansado y frustrado por la pérdida de su maleta. También se sentía algo molesto por su mala suerte. Por el cansancio, se quedó dormido.
Una persona lo despertó tocándolo en el hombro.
— Disculpe, creo que llegó a su parada. Javier se despertó algo confundido y vio « Portal Usme ».—¡ Hijue...— vio que había más gente— … chucha!
Buscó su maleta y recordó que la había perdido. Salió y vio un B73. Ese bus lo devolvía a la estación de donde había salido antes de dormirse. Se subió rápidamente, la puerta le agarró su pie, este empezó a hincharse y tuvo que quitarse el zapato.
« Maldición, tengo la peor suerte del mundo ». Pensó. Javier dejó ahí botado su zapato porque iba a ser muy incómodo cargarlo todo el camino en la mano. Cuarenta minutos después se bajó en la calle 72.
—¡ Ay!— exclamó cuando lo pisó una persona— ¡ Tenga cuidado!— gritó al aire esperando que alguien lo oyera.— Tenía que ser, esto solo me pasa a mí— dijo Javier entre dientes
De camino a la salida lo pisaron tres o cuatro veces más porque la estación estaba muy llena. Salió de la estación para caminar a una parada del SITP. El camino no era tan largo en condiciones normales, pero con sueño, frío, dolor de pie y— además— la frustración de haber cogido el bus equivocado, el camino para Javier parecía eterno.
Mientras caminaba comenzó a llover. Javier iba cojeando cuando un perro comenzó a seguirlo.
— Hola, perrito— dijo con una voz ridícula.
Un carro pasó a gran velocidad por un charco y los empapó más de lo que ya estaban. El perro, asustado, le pegó un mordisco al pantalón de Javier y le rompió parte del muslo.
Cuando llegó al paradero, el SITP estaba ahí. Se subió y adentro tuvo que hacer un gran esfuerzo para no volverse a quedar dormido y que no le volviera a pasar lo mismo. Cuando se bajó empezó a caminar para llegar a su casa. Intentó caminar rápido pero su pie no lo dejó. Buscó un techo para escampar pero decidió seguir caminando porque tenía mucho sueño y en ese momento lo que más quería en el mundo era llegar a su casa. Luego de diez minutos— que a Javier le parecieron horas—, llegó a su casa. Su padre le abrió la puerta y cuando lo vio, empapado, con el pantalón roto, con un moretón en la cara y sin sus cosas le dijo:
— Hijo, ¿ qué te pasó? Javier, sin responder, se acostó en el piso de la entrada y allí se quedó dormido.
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