auténticos, luego Ryuji era también un héroe genuino … Todos aquellos episodios sobre el mar, en el mar, bajo el mar. Noboru sintió que se sumergía en el sueño. « Felicidad— pensó—. Una felicidad que se resiste a ser descrita ».( Mishima, 1963, p. 81)
Del rastreo por la historia del Japón, desde su más remota historia imperial hasta su filosofía contemporánea, hemos podido concretar y delimitar de alguna manera ese delgado y finísimo hilo que atraviesa la identidad japonesa. Un hilo de seda que nos ilustra y contextualiza el talento de Mishima. Un hilo que lo hace heredero a él de una tradición milenaria de un país sensual, contemplativo, plástico, estético. Sin embargo, sin notarlo casi, nos hemos estado aventurando a conceptos muy neurálgicos en lo que respecta a la filosofía occidental contemporánea. Desprevenidamente nos hemos venido introduciendo en los meandros de la percepción fenomenológica y en los circulares andares de la teoría estética. Indudablemente, la anterior novela es un ejemplo inigualable de la particularidad que representa la literatura oriental en relación con el pensamiento occidental. Esto último, a pesar de ser cierto, no es argumento alguno para desistir de ese diálogo. Propongo, pues, las preguntas ¿ qué se puede decir, desde la fenomenología y la teoría estética, de la obra de Mishima? y ¿ qué luz puede arrojar sobre esta novela japonesa el pensamiento moderno occidental?
En una primera instancia, comenzaré abordando este tema desde la filosofía de la percepción. Aquella que estudia la relación entre el sujeto que percibe y el mundo percibido. Diría yo que de los primeros planteamientos que nos son útiles de este gran estudio, el primordial sería aquel que nos dicta que entre el espacio y las cosas no hay separación genuina. La cosa es el espacio; el espacio es la cosa. En el mundo palpita una triada inseparable, y dicha triada es elemental. Se encuentra el espacio, se encuentran las cosas y nos encontramos nosotros también allí( espacio = cosas = hombre). Dicha relación de igualdad nos sitúa en un radical estado de inmersión dentro de las cosas y el espacio, y nos torna incapaces de desligar su existencia de la nuestra. Aquí, inicialmente, vemos nacer al hombre como aquel sujeto zambullido por el mundo, condicionándolo y condicionado por él. El filósofo fenomenólogo francés Maurice Merleau-Ponty dice:
Por lo tanto, el espacio no es ya ese medio de las cosas simultáneas que podría dominar un observador absoluto igualmente cercano a todas ellas, sin punto de vista, sin cuerpo, sin situación espacial, en suma, pura inteligencia. El espacio en la concepción moderna decía hace poco Jean Pulhan, es el « espacio sensible al corazón » donde también estamos nosotros situados, cercano a nosotros, orgánicamente situado a nosotros.( Merleau-Ponty, 1984, p. 22)
Esta nueva concepción del espacio que sintetiza Merleau-Ponty es, precisamente, una muy similar a la de Mishima. En ambos no hay ojo objetivo, en ambos hay cuerpo, punto de vista, hay situación espacial. Mishima aplica el nuevo espacio de su interlocutor francés a la literatura y lo hace respirar y latir con todo corazón. En El marino que perdió la gracia del mar vemos el empalme del sujeto con el espacio; y, luego, a estos dos los vemos arrollar las cosas a su paso.
También se habla dentro de la teoría de la percepción de la « no neutralidad » de los objetos. Todas las cosas poseen su fuerza, toda cosa gesta una emoción en uno. En este sentido, el sujeto, dentro de esta nueva teoría de la percepción, se encuentra envestido por las cosas. Embebido por esta condición, el sujeto tiene que, de alguna manera, procesarlas, digerirlas, hacer más llevadera, por cualquier vía, su estadía en el mundo y su relación con las cosas. Y es por esta razón que el hombre se aproxima a ellas humanizándolas; ese se vuelve su recurso y su salvavidas. Y al humanizarse las cosas estas se vuelven suaves, hostiles, dóciles, reticentes. Merleau-Ponty dice que las cosas son, efectivamente, « complejos anímicos ». Ellas están cargadas de emocionalidades, de penas y dichas que el hombre le ha adherido; unidas a ellas cargan tras de sí nuestros deseos y tragedias. Toda esta estela que sigue a la cosa es el « halo » que Cézanne dijo debía hacerse visible en el arte. La humanización de las cosas, la carga anímica de ellas y su misterioso halo, aparecen en la novela de Mishima. Aquí, un párrafo que ilustra estos fenómenos:
Había querido hablar del mar, y podía haber dicho algo como esto: « Fue el mar, más que ninguna otra cosa, quien hizo que empezara a pensar en secreto acerca del amor. Un amor, ya sabes, por el que valga la pena morir, o un amor que te consuma. El mar, para un hombre encerrado todo el tiempo en un barco de acero, es algo muy parecido a una mujer. Le son familiares sus tormentas y sus calmas, o sus caprichos, o la belleza de su seno al reflejar el sol poniente.( Mishima, 1963, p. 51)
En un último momento, la teoría de la percepción plantea un « deber » del arte moderno. Para Merleau-Ponty hay en el arte un compromiso con hallar aquellos objetos que despierten nuestras más precisas emociones; allí y fundamentalmente allí
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