Revista Greca | Page 66

de estética. Se dice que, en principio, el iki es una postura ante el mundo, una actitud, un modo de ser ante todo aquello que se nos manifiesta. Iki encierra, pues, una pureza atmosférica (kisho no seisui). Dicha pureza contiene en toda su amplitud una inteligencia, a saber, un conocimiento ante los sentimientos humanos. Ya en el aspecto particular del arte, dice Kuki (1930), si ha de adoptar una forma particular, el iki se vería contenido en gran parte en la dualidad de la seducción. Si nos atenemos a escuchar con precisión hasta aquí, nos podremos dar cuenta de que hemos dado con una plausible respuesta a la pregunta por esa misteriosa fuerza plástica que pudo ejercer sobre nosotros Mishima con su novela. Hemos visto, ilustrados por el iki, que Japón, como nación, ha sido una que ha encontrado y depositado su identidad cultural y religiosa en un proceder y en una concepción fundamentalmente estética. Esta gran premisa nos explica, un poco más, aquella maestría única de Mishima para ejercer su singular arte. Pero, de igual manera, es el iki un concepto filosófico contemporáneo aplicado al entendimiento de una nación; no es este una doctrina o filosofía ancestral que nos pueda dar más rastros sobre ese misterioso conocimiento y goce ante el mundo que despliega Mishima en su literatura. Para esto es necesario irse aún más atrás en la historia de aquel excepcional país. Dicha regresión, remontándonos a los tiempos imperiales, nos lleva a mediar con el Budismo y con el Zen. Ambas unidades, no sobra decirlo, escapan a todo control teórico ya que lo que contienen es, precisamente, indecible con las vanas palabras, pero es en ellas donde fulgura el germen de ese sentido oriental tan inmerso en las actitudes estéticas: la búsqueda de la verdad y la belleza. Siendo muy directos,