de estética. Se dice que, en principio, el iki es una
postura ante el mundo, una actitud, un modo de ser
ante todo aquello que se nos manifiesta. Iki encierra,
pues, una pureza atmosférica (kisho no seisui). Dicha
pureza contiene en toda su amplitud una inteligencia, a saber, un conocimiento ante los sentimientos
humanos. Ya en el aspecto particular del arte, dice
Kuki (1930), si ha de adoptar una forma particular, el
iki se vería contenido en gran parte en la dualidad
de la seducción.
Si nos atenemos a escuchar con precisión hasta
aquí, nos podremos dar cuenta de que hemos dado
con una plausible respuesta a la pregunta por esa
misteriosa fuerza plástica que pudo ejercer sobre
nosotros Mishima con su novela. Hemos visto, ilustrados por el iki, que Japón, como nación, ha sido
una que ha encontrado y depositado su identidad
cultural y religiosa en un proceder y en una concepción fundamentalmente estética. Esta gran premisa
nos explica, un poco más, aquella maestría única de
Mishima para ejercer su singular arte.
Pero, de igual manera, es el iki un concepto filosófico contemporáneo aplicado al entendimiento
de una nación; no es este una doctrina o filosofía
ancestral que nos pueda dar más rastros sobre ese
misterioso conocimiento y goce ante el mundo que
despliega Mishima en su literatura. Para esto es
necesario irse aún más atrás en la historia de aquel
excepcional país. Dicha regresión, remontándonos a
los tiempos imperiales, nos lleva a mediar con el Budismo y con el Zen. Ambas unidades, no sobra decirlo, escapan a todo control teórico ya que lo que
contienen es, precisamente, indecible con las vanas
palabras, pero es en ellas donde fulgura el germen
de ese sentido oriental tan inmerso en las actitudes
estéticas: la búsqueda de la verdad y la belleza.
Siendo muy directos,