como uno de los peores momentos en la historia de
la humanidad; esta, siendo responsable de millones
de muertes alrededor del mundo y dejando comunidades devastadas a lo largo del globo. Y especialmente esta es la perfecta descripción de lo que
quedó del Imperio japonés después de la Guerra,
que aguantó dos ataques nucleares (Hiroshima y
Nagasaki) y un sinfín de bombardeos continuos que
dejaron convertido al que era antes un imperio muy
rico y próspero, en un puñado de tierras estériles y
más de un millar de cadáveres perfumando algunas
de sus zonas con un hedor que hacía imposible el
regreso de los pocos sobrevivientes que llegaron
a repoblar las escasas ciudades aún en pie. Fue
un acto tan triste, tan deplorable, tan vergonzoso
ver un país que había sido capaz de contener a los
aliados por más de tres años, que sucedió algo que,
en mi opinión, no es probable que se vuelva a ver
otra vez. Los Estados Unidos, los victimarios de los
terribles actos ya mencionados, se sintieron culpables, avergonzados y principalmente responsables
de esa nación —o lo que quedaba de ella—, que apenas podía sostenerse en pie. Por lo que de forma
algo irónica, la nación que tanto empeño puso en
eliminar al Imperio japonés después de los ataques
de Pearl Harbor, sería ahora la que se propondría a
revivirla de las cenizas. Algo que, de por sí, parecería una ambiciosa propuesta de reconstrucción de
una nación que pudo haberse quedado en eso, en
una propuesta, incluso teniendo en cuenta que si
se refiriese a la reconstrucción de un país asediado
por tal guerra, habrían varios que exigiesen mayor
importancia a los países europeos destruidos, como
Francia, Polonia, Bélgica, etc. Por suerte, Japón tenía
la ventaja de haber sido el único país que resistió un
ataque nuclear y por lo cual, el único e