Revista Greca | Page 58

como uno de los peores momentos en la historia de la humanidad; esta, siendo responsable de millones de muertes alrededor del mundo y dejando comunidades devastadas a lo largo del globo. Y especialmente esta es la perfecta descripción de lo que quedó del Imperio japonés después de la Guerra, que aguantó dos ataques nucleares (Hiroshima y Nagasaki) y un sinfín de bombardeos continuos que dejaron convertido al que era antes un imperio muy rico y próspero, en un puñado de tierras estériles y más de un millar de cadáveres perfumando algunas de sus zonas con un hedor que hacía imposible el regreso de los pocos sobrevivientes que llegaron a repoblar las escasas ciudades aún en pie. Fue un acto tan triste, tan deplorable, tan vergonzoso ver un país que había sido capaz de contener a los aliados por más de tres años, que sucedió algo que, en mi opinión, no es probable que se vuelva a ver otra vez. Los Estados Unidos, los victimarios de los terribles actos ya mencionados, se sintieron culpables, avergonzados y principalmente responsables de esa nación —o lo que quedaba de ella—, que apenas podía sostenerse en pie. Por lo que de forma algo irónica, la nación que tanto empeño puso en eliminar al Imperio japonés después de los ataques de Pearl Harbor, sería ahora la que se propondría a revivirla de las cenizas. Algo que, de por sí, parecería una ambiciosa propuesta de reconstrucción de una nación que pudo haberse quedado en eso, en una propuesta, incluso teniendo en cuenta que si se refiriese a la reconstrucción de un país asediado por tal guerra, habrían varios que exigiesen mayor importancia a los países europeos destruidos, como Francia, Polonia, Bélgica, etc. Por suerte, Japón tenía la ventaja de haber sido el único país que resistió un ataque nuclear y por lo cual, el único e