deberes para el pueblo. Por desgracia, estos también eran capaces de causar severos desmanes cuando se trataba de lograr algo para su beneficio y, ciertas veces, podían llegar a ser muy crueles con los actos de iniciación. Por ejemplo, para probar la fidelidad de sus miembros, tenían que asesinar a cierto número de personas y estos no permitían que alguien se echara para atrás.
La joven mafia: La generación desprestigiada del nuevo Japón
Los yakuza han estado presentes en la historia de Japón desde hace siglos, han influido a mucha gente y han inspirado muchas áreas de la cultura, como el cine, la televisión o la literatura. Y el libro El marino que perdió la gracia del mar no es una excepción. Se puede ver a la pandilla de chicos como si fuesen un pequeño grupo subversivo que siguen atrapados— al igual que Mishima— en la idea de que el país que está surgiendo no es un « descendiente digno » del imperio que perduró por más de 300 años y están empeñados en ponerse completamente en contra de todo acto de modernización por parte de la población. Esto es lo que sucede por desgracia con Ryuji, el marino, ya que él prefiere dejar la adorada y envidiable vida— desde el punto de vista de Noboru y la pandilla— de un marino que es capaz de ver cualquier rincón del mundo, por una triste, aburrida y monótona vida en tierra viviendo con una mujer— lo que, a ellos, no les parece razón suficiente para dejar el mar— y desperdiciar su vida. Además, al igual que la infame mafia, la atroz pandilla es muy cruel y gráfica cuando se trata de probar la hombría e indiferencia a través de los rituales que son capaces de hacer:
Noboru cogió al gatito por el cuello y se levantó. El animal colgaba mudo de sus dedos. Trató de encontrar en su interior algo de piedad, y sintió que, al igual como se ve una ventana iluminada desde un tren, la compasión aleteaba a lo lejos un instante y desaparecía. Y se vio liberado. El jefe solía insistir en la necesidad de actos como aquel para llenar los grandes huecos del mundo. El asesinato, y solo el asesinato, sería capaz de llenar tales cavernas boquiabiertas del mismo modo que una larga grieta llena un espejo. Ellos lograrían entonces un poder real sobre la existencia. Noboru, resuelto, alzó el gato por encima de la cabeza y lo lanzó contra el madero. El pequeño animal, blando y tibio, describió en el aire un magnífico vuelo. Pero a Noboru le pareció que seguía pendiendo de sus dedos.( Mishima, 2003, pp. 68-69)
Aquí se ve algo que, si uno se pone a pensar, llega a ser un problema muy grave: se trata de la generación de chicos y jóvenes japoneses que fueron testigos de las atrocidades de la Guerra y vivieron sus días amando a los soldados kamikaze que se embarcan para no volver jamás. Les parecía que eso sí era vivir honorablemente, pero cuando llegó la Ocupación americana y observaron el « progreso » de la nación, no fueron capaces de comprender cómo se podría construir Japón dejando atrás las tradiciones, los soldados que mueren en la gloria del campo de batalla y el honor. Ellos se terminaron convirtiendo en una generación marginal, que al igual que Mishima, no pudieron digerir el nuevo enfoque político, social y cultural de Japón; por lo cual, he de suponer que al igual que el escritor, prefirieron morir deseando volver a su patria que vivir aceptando la abominación capitalista que ni se atrevían a llamar nación.
Conclusión
La guerra ha sido crucial para el desarrollo y a la vez para la destrucción ética, social, política y cultural de la humanidad, hasta el punto de ser necesario el « renacimiento » de dichas bases o lo que quede de ellas. Ese fue el caso de Japón, el cual, me atrevo a decir, fue el país más golpeado por la Segunda Guerra Mundial y esto afectó su cultura desde los cimientos. Por lo que sería obvio pensar « que el cambio la impulsó a convertirse en la potencia que es hoy », y es verdad, pero hay cosas del antiguo Japón que no se marcharon con la devastación de la Guerra sino que se potenciaron gracias al cambio, de las cuales hay una en particular que, como se vio en este artículo, no fue muy productivo para la naciente nación: los yakuza. Se podría suponer que esos miembros que sobrevivieron fueron muriendo por la edad, ejecutados por las fuerzas armadas de los Estados Unidos o, en el peor de los casos, por la radiación mientras ayudaban a dicho grupo a levantarse. Pero hubo algo con lo que no contaban, un arma secreta que está detrás del resurgimiento de los yakuza; esa arma era la demacrada niñez japonesa de la posguerra, quienes, como vimos en la novela, eran huérfanos, sin nada por lo cual luchar o seguir teniendo esperanzas— lo que le sucede a Noboru—. Eran niños y jóvenes forzados a olvidar sus tradiciones y reintegrarse a una sociedad completamente desconocida, que no tenía un lugar para las personas que no fuesen capaces de acoplarse a tales cambios. Por lo cual, al no tener a dónde ir, encontraron un lugar en el que seguirían siendo una
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