Guerra; solo pueden avanzar en este nuevo mundo
en el que están obligados a sobrevivir. Además, muchos de los que se volverían yakuzas habían perdido
a su familia en la Guerra, ya fueran hijos, esposas o,
en el caso de los menores, sus padres. Todos estos
componentes dan sentido a los personajes de Fukasaku, los cuales también tienen un papel representativo de la sociedad y del contexto del país, e incluso
del mundo. Cada uno da cuenta de las preguntas y
preocupaciones de la sociedad en todos los momentos que narra la saga; es más, la tercera película
empieza con el narrador haciendo una comparación
entre las luchas de influencias yakuza con la Guerra
Fría, que se daba en el contexto mundial de la historia de la película. Así, Fukasaku hace una excelente
representación de la sociedad japonesa durante las
primeras dos décadas de la posguerra por medio
de sus personajes, un recurso que puede usar debido a la distancia temporal entre la grabación de la
saga y la historia que cuenta.
Mishima, en cambio, tiene personajes totalmente
diferentes, con sus propias funciones dentro de la
historia y que corresponden a la percepción y mensaje que quiere dejar su autor. Empezando por el
protagonista, Noboru, un niño que perdió a su padre
en la guerra y que ahora se enfrenta al dilema existencial dejado por la destrucción de la cultura japonesa, como en Yakuza Papers, es un personaje que
busca un sentido de vida en la posguerra, pero de
características totalmente diferentes a las de Hirono.
Noboru es un niño que no necesita adaptarse a un
nuevo Japón o sobrevivir en las calles; es solo el hijo
de una familia acomodada que poco o nada recuerda de los tiempos anteriores a la guerra, pero que no
se siente a gusto en la sociedad en la que vive, que
no encuentra un sentido de vida y tiene un profundo
desprecio por las personas con las que convive y,
sobre todo, por los valores que rigen las relaciones
sociales. Es aquí donde se ve la principal diferencia
entre los personajes de ambos autores: mientras los
de Fukasaku representan sectores y posiciones sociales a lo largo de las décadas en las que transcurre
la historia; en Mishima, por el contrario, representan
ideologías, ideologías que chocan entre sí, con Noboru como epicentro de esta confrontación; los otros
tres personajes importantes de la novela y representantes de esas ideologías son Fusaku, el jefe y Ryuji.
Fusaku y el jefe son los dos entes que generan el
conflicto, puesto que Fusaku intenta que su hijo sea
un hombre de negocios respetable y que, al igual
que ella, se adapte a este nuevo Japón occidental;
mientras que el jefe repudia totalmente este pensa52
miento, considera que esta mentalidad es estúpida,
debido a que fomenta el aburrimiento que tanto
odia, un aburrimiento tan impuro que solo puede
ser purificado con la muerte. Ryuji, en cambio, es un
punto intermedio, por decirlo de esa forma; siempre
buscó la grandeza a la que sintió estaba destinado,
una grandeza que requería que todo y todos los demás desaparecieran, pero con el pasar del tiempo y
al conocer a Fusaku se rinde ante esta meta y prefiere volverse un padre y esposo siguiendo los deseos
de su amada, los cuales son guiados por su ideal de
adaptación al mundo occidental. En conclusión, es
alguien que buscaba otra cosa pero prefirió seguir
este camino y abandonar esa gracia que le daba el
mar, lo que lo pone en una situación parecida a la
de Noboru, quien, por el contrario, sigue el camino
que le enseña el jefe: decide buscar el sentido yendo en contra y odiando todo lo que representan su
madre y Ryuji.
Así mismo, como los dos autores —mediante sus personajes y la forma de usarlos— dan su interpretación,
hay otro recurso muy importante fuertemente marcado en la novela y las películas: la simbología. Esta
cumple un papel fundamental en las dos, principalmente porque está pronunciada en partes esenciales de las dos historias. Partiendo del ejemplo más
básico y fácil de encontrar, tanto en Mishima como
en Fukasaku, la repetida aparición, aparentemente
innecesaria, de productos y marcas estadounidenses o de otros países occidentales. En El marino
que perdió la gracia del mar está presente durante
todo el libro, siempre mostrando cómo la influencia
extranjera es cada vez mayor y la japonesa cada vez
más insignificante. Es más, en el libro muy pocas son
las referencias a tradiciones nacionales u objetos
que hagan alusión a la cultura, pero casi en todos
los capítulos hay una o varias menciones de productos foráneos, a los que, además, se les da una importancia que no es indispensable para lo que está
pasando en la historia principal, solo para mostrar
cómo son casi que necesarios para las personas,
cómo ellas las prefieren a las tradicionales, pues en
el nuevo Japón lo nacional es considerado inferior.
Fukasaku, en cambio, no lo marca tanto en las películas. A partir de la tercera se empieza a notar cómo
ahora la mayoría de los productos son de marcas
extranjeras y cómo estos son preferibles a los de
la industria japonesa. Además, es evidente que el
aumento de este fenómeno es lineal progresivo; la
cantidad de escenas con objetos importados en las
películas es siempre mayor en la siguiente, lo que
obviamente es una forma de decir que la occidentalización del país fue cada vez más fuerte.