El saúco
María Antonia Plata
Séptimo A
Esa noche el cielo estaba nublado y tan solo unas
pocas estrellas se veían brillar, era como si un manto
de oscuridad envolviera la noche tan solo dejando
que la luna, con su luz apagada, derramara el poco
brillo sobres los árboles que perdían las hojas con el
viento otoñal.
Empezaba a llover. Aturdido por los truenos y relámpagos no vio más alternativa que buscar un techo
para pasar la noche, esperar a que el sol saliera y así
retomar su camino. Desesperado por encontrar un
lugar y atormentado por las múltiples sombras que
se proyectaban en el suelo, echó a correr. Minutos
que se hicieron horas y horas que parecían infinitas,
corriendo en línea recta y sin parar por lo que parecía un laberinto de árboles del que nadie podría
escapar. Corriendo, casi sin ver por las gotas en los
ojos, se tropezó con las raíces que sobresalían de la
tierra. Atontado por la caída se volteó y, quitándose
el lodo de la cara, pudo ver con claridad el árbol
con el que había tropezado. «Un saúco», se dijo.
«Un saúco maldito». Recordaba bien estos árboles:
su madre le había hablado toda la vida de ellos. Le
decía que las brujas se convertían en saúcos para
liberarse de sus males y, una vez tenían el alma limpia, podían irse, dejando así el árbol maldito.
opción. Armándose de valor, dio los primeros pasos
y entró al recibidor. Era inmenso: tenía baldosas
negras y blancas que iban intercaladas, los marcos
de las ventanas eran de un rosado pálido con dorado; todo estaba un poco deteriorado por el tiempo
y la humedad. Al fondo se veía un letrero que decía
con letras doradas «Sanatorio de Belitz Heilstaten».
Este era el nombre del antiguo sanatorio que había
tenido lugar allí. Se comentaba que era uno de los
mejores, que trataban con gran compasión a sus
pacientes. Fue un gran proyecto hasta que terminó trágicamente cuando se encontraron cuerpos
colgados del techo de la iglesia; al parecer, cada
que un paciente moría, lo colgaban allí. Cuando se
descubrió fue un escándalo en todo el país. Los dueños afirmaron que lo hacían únicamente para facilitarles el viaje, pero las autoridades lo consideraron
un acto desagradable y siniestro; desde entonces
nadie volvió a mencionarlo.
Se paró y revisó el lugar, tanto tiempo corriendo
en línea recta. ¿Qué tan lejos estaría? En todo caso
parecía estar en el mismo lugar de partida. Todo era
igual, los mismos monstruosos árboles que lo acorralaban, el mismo lodo asqueroso; no había nada
diferente. Molesto por no encontrar un lugar donde quedarse y más aún por no poder salir de ese
bosque maldito, siguió su camino y a pocos pasos
vislumbró una grande y compleja construcción. La
examinó durante varios minutos y poco después se
encaminó hacia ella. Entre más cerca, más grande,
más compleja y, sobre todo, más sombría.
En frente a la puerta le dio una última revisada antes
de entrar y sintió un miedo desmesurado hacia
aquella mansión. Dudó en entrar, pero la lluvia no
paraba y el frío era inaguantable. No había más
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Fotógrafa: Luisa Riascos.