Revista Greca | Page 15

— Bue... Buenas tardes— dijo el monseñor.—¡ Buenas tardes, monseñor! ¡ Pero si ya es tarde! La verdad, he perdido la noción del tiempo hace mucho— replicó el hombre con los ojos casi desorbitados, temblando y dejando ver su enorme ansiedad.— Pero ¿ qué ha pasado aquí?—¡ Oh!¡ Si tan solo hubiera estado cuando ese monstruo destrozó este templo con sus feroces garras!— dijo sarcásticamente el hombre.— Se me hace usted muy familiar.— Disculpe, señor, pero yo jamás... Jamás lo he...
En ese momento el hombre cayó al suelo como una roca, como un cuerpo desalmado, una bolsa de huesos. Entonces, el monseñor se apresuró a levantarlo y llevarlo a la cama. El hombre despertó en una enorme cama abullonada, con sábanas de terciopelo cubriendo su cuerpo que se había recuperado notablemente, al igual que su rostro.
—¿ Quién es usted? ¿ Cómo se llama? ¿ De dónde viene?— preguntó el monseñor.— Eso no interesa. Sírvame un jugo que muero de sed— dijo el misterioso hombre.— Como le he dicho— dijo el monseñor sirviéndole el jugo—, se me parece usted a algui...— No, no, no— interrumpe el hombre—. Yo solo soy un simple cantinero, jamás lo he visto.
El hombre terminó de tomar el jugo y tendió la cama. Se arregló un poco. El monseñor lo invitó a salir de la casa, pero obtuvo como respuesta:
—¡ Espere! Por favor, no tengo donde quedarme, si tan solo...— Bueno, bueno— dijo el monseñor—. Por hoy podrás quedarte en mi humilde morada.— Sí, muy humilde— dijo el hombre entre dientes y con gran sarcasmo—. Gracias.
Empezó una fuerte tormenta. Los truenos resonaban en los huesos de ambos y las gotas de lluvia traían al hombre un recuerdo por cada una, la mayoría buenos, pero había uno, un solo recuerdo que lo llenaba de odio hacia él.
— Toma, aquí tienes— dijo generosamente el monseñor, sirviéndole chocolate al hombre.— Gracias— replicó el hombre prácticamente sin expresión.
El monseñor se sentó al frente del hombre en un sillón y le dijo: « Póngase cómodo, le contaré una historia », mientras tomaba un sorbo de chocolate. « Transcurría el siglo xviii en aquel pueblo llamado Chippenham, que era verdaderamente puro y hermoso, y donde vivía gente muy amigable, entre ellos una pareja de recién casados ». El hombre, que hasta el momento miraba hacia el suelo, levantó interesadamente la mirada. « Un día— continuó el monseñor—, la esposa de aquel hombre retraído le daría una bella noticia: estaba embarazada. Lo que ella no sabía era que su marido había quedado estéril luego de la invasión al Río de la Plata, de modo que, por supuesto, su marido fue invadido por una furia infernal y se dispuso a desquitarse con quien se había metido con su mujer ».
—¿ Qué le pasa?— preguntó el monseñor.— Nada— dijo el hombre con la mirada perdida—. Siga.
« El marido— continuó el monseñor— siguió a su mujer hasta la iglesia, donde la encontró haciendo el amor con, en aquel entonces, el sacerdote del pueblo. El hombre entró a la habitación, y en su cólera, ahorcó a su mujer con fuerza inhumana, hasta que esta cayó al suelo como un tronco. El hombre tomó una de las rosas que el sacerdote había traído a su enamorada y la ató a la punta de un látigo. A continuación, sometió al sacerdote a una serie de torturas que no se le desearían a la criatura más repugnante, hasta que el pobre sacerdote quedó inconsciente. Jamás se volvió a saber nada de ninguno de los dos hombres, pero se dice que ambos vivirán una eternidad melancólica por la pérdida de su amada ».
— Pero ¿ cómo? ¿ Cómo es que nadie sabe lo que pasó con ellos?— dijo el hombre desconcertado.— Nadie lo sabe— dijo con un gesto de desprecio el monseñor.— Acaso usted … ¿ cómo lo sabe?— Sí, señor Alfred, también me parece usted conocido— dijo, rascándose la espalda con incomodidad y dolor.— Pero el asesino... Espere. ¿ Cómo sabe mi nombre?— Eso no importa— dijo sarcásticamente el monseñor—. En cuanto al asesino, no he sabido nada de él o, más bien, no volveré a saber nada sobre él— replicó mientras retiraba una vieja rosa de un ramo situado en la sala, frente al retrato de una hermosa mujer.
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