tener un aspecto de un profundo, mi pensamiento filosófico no pertenecía a los dioses
primigenios ya que era perteneciente a mi propio subconsciente pensante e incluso
surrealista, un dios cognitivo que ronda por la cabeza de todo ser en el multiverso.
Me hundía en la oscuridad del conocimiento, era como un «elixir de la sabiduría» que,
cada vez que bebía, me convertía en un anarquista, un anarquista de esvástica y botas
de cuero. Promover mi idea de anarquía a través del conocimiento era mi propósito,
podrían considerarme un dictador, porque eso es lo que era, un líder reprimido contra
su propia población, iracundo por su miserable existencia. No había remedio, era «un
caso perdido», pues mi propia raza me aborrecía por el simple hecho de no alabar a sus
magníficas deidades.
(Fotografía intervenida) Fotografía: Oscar Mora.
A pesar de mi triunfo caótico, mi temor aumentaba de manera colosal. Quería acabar
con aquello que creía y era. Sin saberlo, me estaba acercando a R’lyeh, puesto que mi
cognición se perdía en el anhelo del saber. En medio de la penumbra, mis ojos se abrían
lentamente. Observaba cómo mi cuerpo era cada vez más amorfo y repugnante según
mi conocimiento decrecía. Estaba en constante agonía, mi estado físico se perdía. Era
vulnerable y débil, como simple hoja de papel pergamino que a medida que se acerca al
ardiente fuego se retuerce violentamente en medio de las rojas y ardientes cenizas.
En búsqueda de R’lyeh, caminé por los senderos de Kingsport. De alguna manera
pensé que el mar sería mi guía y brújula. Así lo fue, gracias al inminente llamado de
Yigg. Navegué por tierras inhóspitas a través de las oscuras y temibles profundidades,
imperceptibles para el ojo humano. Me sometía a un entorno sagrado, onírico y lúcido,
en el que perdía mi estado físico. Al parecer era algo habitual. Los profundos me
consideraban un dios del caos, representado como el universo y cosmos ya que represento
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