origen, principio y fin, pues, según profetas, mi reencarnación sería el despertar
inminente de un dios cósmico.
En mi morada meditaba constantemente esperando el completo abandono de mi
cadáver. Cada día era eterno pues mi subconsciente había llegado a la inmortalidad.
No soporté. Mi frustración aumentaba. Opté por la extirpación de mi conciencia, que,
en cierta manera, se podría comprender como suicidio astral. Sin pensarlo, amarré mis
brazos y piernas a mi antiguo cetro; apliqué fuerza en contra de mi voluntad. Pronto mis
tendones empezaban a tronar, mi piel se estiraba y expulsaba sangre a cántaros. No sobra
recalcar que gotas carmesí salpicaban mis ojos, nublando mi vista. Inmerso en el dolor e
impresión, vomité sobre mis desgarradas articulaciones. Arrastrándome, perforé con un
filamento mi garganta. En el ahogo de mi propia agonía recitaba un antiguo poema, un
poema profundo, como lo es R’lyeh:
El canto de R’lyeh
Cantan caóticas
los peregrinos reprimían
de la providencia, la cólera de los dioses,
en la penumbra el conocimiento yace
los profundos ruegan ante los dioses en
su misericordia, la morada de los dioses,
sus sinfonías R’lyeh.
Sabía que mi conocimiento triun