Luego quedó inmóvil, en silencio, con la mirada perdida en algún lugar entre el cielo,
el infierno, el purgatorio o el mundo mortal. Después de eso los pensamientos nunca
volvieron a ese cerebro, a pesar de seguir funcionando, motivo por el cual fue internado
en un manicomio en el que murió orillado en las sombras de un rincón.
Este mínimo contacto con aquel hombre me ha dejado mucho que considerar. He
tratado de buscar la mayor cantidad de datos fiables para dar forma al relato que en un
principio interpreté como los delirios de un loco, pero que ahora, tras haber interrogado
a su médica y a su hermana, parecen escalofriantemente reales. Me niego a tomarles
como algo lógico. A pesar de haber tenido un tiempo bastante moderado para pensarlo,
no quiero aceptar la idea de que pueda haber alguien más allá afuera con mi misma
sangre y recuerdos, que pueda sentir igual que yo y que esté en el mismo lugar al mismo
tiempo. Ahora, al ver pasar un tren y ver dos caras iguales dentro, inicia el abrumador
pensamiento de que lleguen a cruzarse.
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