Finalmente lograron llegar a un extraño acuerdo el cual no necesitó palabras para que así
pudiesen seguir su camino. Después de esto, el clon se perdió en la oscuridad.
Ningún artista dedicado a plasmar lo surreal o irracional, por experto que sea, puede
retratar con exactitud lo que fue aquella experiencia. Lo más cercano a lo que pueden
llegar las palabras es lo siguiente: Cayó, y luego, en un movimiento de «u», regresó. Por
eso, no puedo dar mayor descripción más allá de la ya dada. Cuando volvió en sí estaba
mojado, recostado junto a la fuente, boca arriba, con un ligero movimiento convulsivo.
Yo me encontraba por esos lugares. Me acerqué junto a un par de sujetos más para
tratar de hacerle reaccionar, ya fuese hablándole o moviéndole; sin embargo, él no parecía
prestarnos atención. Tenía la mirada fija en el sol, esperando oír la voz del clon. Cuando
le preguntamos qué le había ocurrido, narró con una voz fría, como la de algún muerto
—estoy casi seguro de que debe sonar así la de uno— y sin pausas ni reacción, toda su
historia junto con sus pensamientos finales antes de que el último hilo de su cordura fuese
cortado. Se agitaba como hacen las cuerdas de las guitarras. Helos aquí:
«Ahora me doy cuenta de que esa cosa a la que le temo no es un dios, ni un fantasma,
probablemente tampoco era un clon. Creo que tengo el acertado presentimiento de que
es una parte de mí que sin embargo desconozco, y que existe en un mundo diferente, pero
igual. Contradicciones así hay en todo, lo cercano y lo distante, lo conocido y lo extraño.
El misterio parece aclararse, la roca no había regresado ese día de julio, sino que, por el
contrario, había cruzado esa barrera invisible hasta llegar a los pies del muchacho que
jugaba con su hermana. Lo mismo con la moneda. Y volvió a suceder cuando salté por el
pozo. ¡Me encontraba del otro lado del espejo!».
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