que esto supone, el verdadero problema está en su lengua; y más que la lengua de Óscar, es
justamente la lengua de Junot mismo, y la balanza que los carga a él y a la tradición domi-
nicana. Ya no razón y superstición, sino ahora símbolo y mito, separados, y puestos a juicio
en lo que se expone de un pueblo. ¿Qué pesa más? Símbolo, si se ve desde una aproxima-
ción semiótica, en la palabra común al dominicano, lo que detrás de ella hay, lo que tiene
en su interior tanto las propias, véase «jeva», «tíguere», por ejemplo, como las apropiadas y
transmutadas, «fokin» —en su particular gramática—, boy crazy, etc. Símbolo el sueño, el
colegio, las vacaciones, todo americano, y todo lo que en sí llevan y hablan. O bien el mito,
la tradición, el fukú y el zaffa, los agüeros de La Inca, y de Beli, de Abelard y que son, a fin
de cuentas, los mismos que lleva en sí Junot, los acepte o no. Es una nación que se disputa,
con el paso de las generaciones, entre la tradición supersticiosa y rica en costumbres traí-
das desde África —y no por eso menos válidas o verdaderas—, y la terrible aceptación de
un destino reducido a lo que en Estados Unidos ocurre, se habla, y se piensa. Del aparente
choque de estas dos, es deber del escritor saber cuál y en qué manera exponer. En un mismo
libro tenemos, por un lado:
Dicen que primero vino de África, en los gritos de los esclavos; que fue la perdición de
los tainos, apenas un susurro mientras un mundo se extinguía y otro despuntaba; que fue
un demonio que irrumpió en la Creación a través del portal de pesadillas que se abrió en
las Antillas. Fukú americanus, mejor conocido como fukú —en términos generales, una
maldición o condena de algún tipo: en particular, la Maldición y Condena del Nuevo Mundo.
También denominado el fukú del Almirante, porque El Almirante fue su partero principal y
una de sus principales víctimas europeas. A pesar de haber «descubierto» el Nuevo Mundo, El
Almirante murió desgraciado y sifilítico, oyendo (dique) voces divinas. En Santo Domingo, la
Tierra Que Él Más Amó (la que Oscar, al final, llamaría el Punto Cero del Nuevo Mundo), el
propio nombre del Almirante ha llegado a ser sinónimo de las dos clases de fukú, pequeño y
grande. Pronunciar su nombre en voz alta u oírlo es invitar a la calamidad, a que caiga sobre la
cabeza de uno o uno de los suyos.
Cualquiera que sea su nombre o procedencia, se cree que fue la llegada de los europeos a
La Española lo que desencadenó el fukú en el mundo, y desde ese momento todo se ha vuelto
una tremenda cagada. Puede que Santo Domingo sea el Kilómetro Cero del fukú, su puerto de
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