Revista Greca Revista Greca Número 2. | Page 31

quiere, de escritores latinoamericanos que se vieran como conjunto. El entendimiento de una Latinoamérica como un todo, ligada a la literatura que también lo era, se ve perdido— entre otros factores— por dos eventos particulares. El primero, que la generación que seguiría al boom no gozó de la noción de ser vista como un todo, sino la proliferación de un puñado de escritores que, si bien eran todos latinoamericanos, escribían solo desde su país, y con tendencias distintas a las de sus predecesores de exponer identidad. Asimismo, tenemos como figuras a unos cuantos— muy buenos y reconocidos— y a otros, de calidad harto más baja y que, no obstante, han tenido gran fama y sobre ellos los ojos de una gran porción de Latinoamérica. El segundo, la angustiante expansión del Neoliberalismo y de sus dinámicas propias, que durante los últimos años no han dado respiro a ningún territorio fuera de los límites de los países potencia. Con lo que esto conlleva, no es de sorprender que naciones tan cercanas a Estados Unidos, y tan constantemente ilusionadas con el sueño americano, sufran como pocas un corte de tajo en su tradición y su cultura.
Hablar de Óscar Wao es entonces hablar de la nación latinoamericana que, según parece, tiene más dentro de sí el lenguaje americano y, por consiguiente, una configuración particular de sus gentes en éste territorio. No es coincidencia que Junot Díaz haya escogido, tanto para personaje principal como para narrador, figuras que están, por un lado, atravesando la confusa época de la adolescencia, donde todos y ninguno de los modelos prevalecen en la identidad de la persona, y por otro, pocos años después, manteniendo retazos de aquella confusión y que podemos suponer es tiempo joven, por aquello de su relación con Lola. Son estas las últimas dos generaciones, y quienes cargan consigo el peso de todo un país plagado de americanismos y de un pasado que los dejó entrar, justamente, porque nada parece haber puesto a prueba la identidad de las naciones latinas como las dictaduras. Y he allí el problema, el del lenguaje. Más allá de lo complejo de la identidad del niño— pobre niño— que dedica un libro entero a ver si, por obra y gracia del Espíritu Santo, logra llevar a la cama a alguna mujer, en un país que lo ha presionado a verse en la figura del hombre que, aparentemente, lo hace con entera facilidad; y más allá de lo ajeno que se siente en tierras más al norte, y su predilección por libros y cómics y cine de ciencia-ficción estadounidense, casi convertido en el penoso arquetipo del niño gordo, nerd, falto de contacto femenino y reducido a la inmediatez de su habitación a modo de reino, y toda la búsqueda de identidad
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