Así, con la extraña condición tardía que siempre nos ha acompañado, habría que espe-
rar otros doscientos años más después de aquel Siglo de Oro, en España, y de las poesías y
cartas a sí misma de Sor Juana, en Latinoamérica, para que nuevas formas de la literatura
permitieran entrever una identidad, en una tierra ya desprovista de españoles. Carlos Fuen-
tes (2008) prosigue:
Pero en Argentina, un gran autor [que es, también, un gran estadista], Domingo Faustino
Sarmiento, escribe la obra capital del siglo XIX latinoamericano, el Facundo. […] Para
Sarmiento, la civilización es la modernidad europea y norteamericana a la cual deberíamos
aspirar; la barbarie es el pasado colonial español y también el mundo indígena y la negritud.
Una idea restrictiva pero ilustrativa del afán postcolonial de ser «modernos». […] Prototipo
de los dictadores de Carpentier, Roa Bastos, García Márquez y Vargas Llosa, Facundo le
ofrece a la América Latina una identidad negativa. Nos reconocemos en el fracaso. […] En
efecto, el desafío de la vasta soledad latinoamericana debe convertirse en un mandato político.
Gobernar es poblar, dictaminó el argentino Juan Bautista Alberdi. Pero también un mandato
literario. Poblar es decir, dirán nuestros primeros novelistas.
El realismo romántico del siglo XIX latinoamericano degenera en un realismo naturalista,
plano y documental que provocó una reacción del lenguaje. ¿Cuál es realmente la potencia
de la lengua?, nos preguntamos. ¿Le estamos dando todas sus oportunidades a la lengua, o se
las estamos negando en nombre de un dogma realista? […] Lo que sé es que [Rubén] Darío,
con todo y princesas tristes, cisnes y pavorreales, renovó poderosamente la lengua poética de
ambos lados del Atlántico. Con él se inicia una revolución del lenguaje que culminará con
Pablo Neruda, en Chile, y César Vallejo, en Perú. (Fuentes, 2008, s. p.)
Y aun pasando por tal periodo, y transcurriendo poco menos de cincuenta años de que
Rubén Darío diera fuerza a Latinoamérica desde Nicaragua, era todavía cosa extraña que
entre latinos se leyeran unos a otros. La revolución de la que habla Fuentes es una del len-
guaje, sí, pero del que es total y propio de la literatura en general. Es una revolución cuyas
repercusiones se ven en la poesía toda, y no en la poesía que uniera a los latinoamericanos.
No es un reproche a Rubén Darío, ni muchos menos. No me atrevería yo a tal cosa. Es más
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