de tan alta fama actual, como la Junot Díaz, para hacer sus debidas demandas al problema
de su país.
Entonces, ¿cómo no dar frente al problema de las nacionalidades, de la identidad, si no es
desde la lengua y, quizá más importante, desde el arte? Es así que lo que nos compete no es
enteramente Óscar Wao, como análisis del personaje en una abstracción de la novela, sino
la novela misma. Muy bien ha dicho Sábato (1977):
El arte, de todas las actividades del espíritu humano, es la única que permite no solo la
expresión de esta crisis total del hombre del siglo XX, sino tal vez la única, o una de las dos
posibilidades de salvación del hombre. Porque en el arte el hombre está totalmente. La novela,
por ejemplo, tiene ideas (eso pertenece al mundo racional, como la ciencia y la filosofía),
pero en el otro extremo tiene símbolos, mitos, pasiones, y el hombre es la totalidad de esa
integridad. Así que la novela es la que permite a la vez la expresión de la crisis, y una de las
tentativas de la salvación del hombre en ésta crisis. (Sábato, 1977, programa A fondo).
La crisis de la que habla Sábato es la del hombre alienado y cosificado por las dinámicas
del capitalismo salvaje. Pero no por eso excluye la idea de las crisis del hombre —las gran-
des, en verdad— como cualquiera que se dé en tiempos violentos, y que ponga en riesgo la
cultura de una nación y de sus hombres. Y el arte, en especial la novela latinoamericana es,
por defecto, por tener la tarea de hablar de tierras tan extrañas, la que más ha sabido am-
pararse en estos dos últimos. No ha tenido mayor escudo en los últimos años que símbolo
y mito, ambos puntos de anclaje de una cultura, contra la impía amenaza de una nación al
norte que busca hacer del mundo su factoría.
Así, la literatura, por expresión artística y de la lengua como configuración cultural, se ha
visto en la tarea de reivindicar las identidades particulares de la nación —Colombia, Argen-
tina, México, etc.— así como esa vasta identidad que abarca con furor lo latino y que reúne
toda una literatura, y toda una cultura. Inmensa proeza la de Latinoamérica de reconocer-
se en lo que es y siempre ha sido, y no en lo que otros territorios han hecho de ella. Que la
única excepción sea España, tanto por orgullo como por bendición, entre tantos infortu-
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