Revista Farol Noviembre 2013 | Page 6

RevistaFarolDeArteYLiteratura como un buen escritor y ambos se corresponden, creo yo, pues un buen lector siempre será un creador. Ya decía yo un momento atrás: ¿de quién es el libro? Mientras está escribiéndose, cuando todavía es idea en formación –como suceder ficticio que se está acoplando a la expresión estética–, el libro es del escritor. Pero luego de que sea arrojado al mundo y tenga que valerse por sí mismo, el libro sólo será hasta que se encuentre con un lector que lo abra y le deje mostrarle un mundo nuevo: el libro ya es del lector. Y es aquí donde percibimos cómo la lectura desemboca en la escritura, pues ese mundo nuevo, insinuado primero por el escritor, sólo será construido a partir del trabajo que el lector haga con el material encontrado en el libro. Dice Octavio Paz en uno de sus más reconocidos poemas: “el mundo cambia / si dos se miran y se reconocen”. Así, cuando un libro reconoce a su lector o un lector reconoce a su libro y viene la lectura, viene también ese mundo prometido, creado, escrito en esa suerte de rito que entre lector y libro se produce. La literatura, como el amor, es de dos. Leer, se nos ha dicho, es como vernos en un espejo, y no porque el autor de determinado texto haya establecido que éste copiaría la realidad. No es durante la lectura que nos vemos como realmente somos, es sólo hasta que cerramos el libro y regresamos a nosotros cuando entendemos que hay algo dentro nuestro que, en efecto, podría ser. Si queremos de verdad encontrarnos en el libro hay que dejar al libro ser, hay que dejar que la ficción nos hable tal cual nos habla, tal cual propuso el autor, sin estarnos con pretensiones del tipo “yo también estoy en ese papel” o “esa es mi historia”, que siempre terminan deformando el texto. La lectura debe ser lectura, el reconocimiento va después, y después, si se quiere, la escritura. Sobre el libro o, incluso, sobre el libro. Tal vez algo como Por el color del trigo de Toño Malpica, Ifigenia cruel 4