Revista EntreClases Nº 6. Mayo 2020 | Page 51

Tuve un sueño, que no fue un sueño.
El sol se había extinguido y las estrellas
vagaban a oscuras en el espacio eterno.
Sin luz y sin rumbo, la helada tierra
oscilaba ciega y negra en el cielo sin luna.
Llegó el alba y se fue.
Y llegó de nuevo, sin traer el día.
Y el hombre olvidó sus pasiones

en el abismo de su desolación.

Lord Byron moriría ocho años después, en Grecia, tras un ataque epiléptico.

Cuando a principios de 1816, poco antes de que Byron iniciase su periplo europeo, su mujer le abandonó, llevaba consigo a la única hija de ambos, Augusta Ada Byron, a la que su padre llamaba Ada.

La misma pasión que su padre mostró en sus relaciones sentimentales y su ansia por vivirlo todo, mostró Ada por el conocimiento, la ciencia y las matemáticas. Con el tiempo, se convirtió en una afamada escritora y matemática y escribió el que hoy se considera el primer programa de ordenador. Nacía así una nueva tecnología destinada a revolucionar el futuro de la humanidad: la informática.

Byron, impresionado por la tormenta, escribió:

Ciento cincuenta años después, el escritor ruso Vladimir Navokov escribiría su mejor novela: Ada o el ardor, donde relata las relaciones incestuosas entre Van y su hermana Ada.

De igual forma, el “ardor” de un volcán propició la aparición de nuevos géneros literarios y el ardor por adquirir conocimientos de una joven aristócrata inglesa cambió para siempre la manera de comunicarse de la especie humana.

Emilio Fernández, profeesor de Biología y Geología