En general se presentarían a los jóvenes como individuos «en obras» con «cerebros inmaduros». Todo esto, también está relacionado con la teoría de la evolución, pues lo adolescentes son seres adaptables y se están preparado casi a la perfección para la tarea de abandonar la seguridad del hogar y salir al complicado mundo exterior.
Para entender todo esto no debemos prestar atención a las conductas específicas, a veces desconcertantes (como bajar la escalera con el monopatín o cambiar de novio cada dos días), sino a los rasgos más generales que hay detrás de esos comportamientos.
Empecemos por el gusto de los adolescentes por las emociones fuertes. A todos nos gustan las cosas nuevas y excitantes, pero nunca las apreciamos tanto como durante la adolescencia. Es entonces cuando alcanzamos un máximo en lo que se denomina búsqueda de sensaciones. Generalmente la impulsividad disminuye con la edad a partir de los 10 años, pero ese amor por las emociones alcanza su máximo en torno a los 15 años. Y aunque la búsqueda de sensaciones puede producir conductas peligrosas, también puede generar otras positivas. Por ejemplo, puede crear un círculo más amplio de amigos, lo que mejora la salud y aumenta la felicidad, la seguridad y las probabilidades de éxito.
Otro rasgo que alcanza el máximo durante la adolescencia es la propensión a correr riesgos. De hecho, en este grupo de edad se registra la mayor incidencia de muertes por accidentes de todo tipo, excepto laborales. No es que no reconozcan el peligro, sino que aprecian infinitamente más la recompensa.
En situaciones en las que el riesgo puede reportarles algo que desean, valoran el premio mucho más que los adultos. Para comprobar lo que he mencionado, Steinberg llevó a cabo un experimento del que extrajo una conclusión, los más jóvenes reaccionan con intensidad frente a las recompensas sociales, entre otras.