masculinidad se ha construido en dirección a lo que se considera como ‘el deber ser’ del hombre, de manera que aquello que es propio
del sexo masculino es producto de “las normas, valores, significados y códigos de conducta que dictan los patrones de socialización” (p.67).
Así mismo, Álvarez (2010) afirma
que: “la agresión, la competencia, el
reconocimiento social y el respeto por
ser una persona poderosa son
elementos centrales de la construcción social de la masculinidad” (p.141) y menciona que todos esos elementos que caracterizan la masculinidad son
imposiciones regidas por instituciones sociales tales como
la escuela, la iglesia y la familia.
Varios autores afirman que es propio del hombre el querer
encajar dentro de lo que se estableció como propio de lo ‘masculino’, ‘fuerte’ y de un ‘varón’;
estableciendo una serie de conductas y maneras de comportarse en los distintos ámbitos
de su vida que le permita mantener
su estatus social (Figueroa y Franzoni,
2011).
Una de esas conductas
consiste en dejar de expresar sus
sentimientos, pues la expresión de los
mismos se considera una señal de
debilidad que es inherente a las mujeres (Figueroa y Franzoni, 2011; Paladino y
Gorostiaga, 2004).
No obstante, las represiones emocionales y
limitaciones afectivas que realizan los hombres para
encajar dentro del concepto de masculinidad están generando afecciones en su bienestar y relaciones interpersonales (Exner-Cortens, Hurlock, Wright, Carter y Krause, 2019). Debido a esto, existe una fuerte estereotipación en los hombres que genera repercusiones a nivel social, personal y particularmente a nivel emocional.
Esto, es debido a que “la masculinidad hegemónica ejerce violencia, discriminación y rechazo con todo aquello que se relacione con la feminidad” (Lozano y Rocha, 2011, p.101) como lo son las emociones, pues Grewal y Salovey (2006) afirman que se concibe a las mujeres más emocionales y