da, cálida y un vaso de chocolate junto a ella,
esperándome.
Me tomo el chocolate mientras caliento mis
pies en la chimenea y mis manos en el vaso y
luego, como sonámbula, abro la puerta de la
calle y salgo al exterior.
No puedo creer lo que estoy viendo. La
calle también está llena de libros. Atónita
muevo mi cabeza hacia un lado y hacia el otro
para no perderme detalle. Llego a lo que pare-
ce ser un mercado. Me froto los ojos. Entre las
lechugas, las coles, las patatas y los tomates,
unos maravillosos ejemplares de Cervantes,
de Shakespeare, de Pessoa... parecen invitar a
ser devorados.
Un chocolate en el hotel
Mercado
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