Revista de viajes Magellan Octubre 2017 | Page 38

La cima pelada del Monte Nimba nubes por unos momentos, y pudimos ver algo del magnífico paisaje. Nos subimos a la construcción de piedra que marca la cima. Desde ahí el macizo de verdes y redondeadas montañas se extendía hasta el horizonte en el sur, allá donde empezaban a bajar hacia la planicie de Liberia. Una mancha de un verde más intenso, en un valle entre las montañas, nos indicó el lugar donde el agua era más abundante, el mer d’hivernage, ahí donde vivían los sapos vivíparos. No los pudimos ver, pero sí vimos muchos insectos que se posaban sobre nosotros en su búsqueda de alimento: mariposas, escarabajos, abejas,… Vi una mantis religiosa paralizada en el sue- lo, quizá esperando a una presa, o entumecida por el fresco de la mañana. Miraba hacia el suroeste, hacia Liberia, ahí donde se entreveía la gran mina de hierro al aire libre que habían abierto como una herida profunda en la belleza de la montaña. Me imaginé que quizá solo estaba rezando para que no la ampliaran. Pero en todo caso sus rezos no eran escucha- dos. En el lado de Guinea, cerca de Gbakoré, ya se estaba empezando a construir un pueblo minero para explotar la montaña. Éramos conscientes de que los días estaban contados para las especies endémicas del Mon- te Nimba y no habíamos tenido la suerte de ver ninguna de ellas. Después de tanto sufrir por llegar ahí, habíamos conseguido alcanzar nuestra meta, pero sin ver ninguna de las espe- cies por las cuales era famosa la sierra. Desde lo alto de la construcción, podíamos ver el precipicio de la cara noreste de la mon- taña, ahí donde el acantilado recortado da al Monte Nimba su silueta más conocida. En su base veíamos la selva tropical, esponjosa y con todas las tonalidades del verde. Desde ella nos llegaban los sonidos alegres de algu- nos pájaros exóticos, y de tanto en tanto, un chillido grave que no supimos diferenciar. 38