Revista de viajes Magellan Magellan Nº41 | Page 23

Vistas desde la cima del monte Ohue, en Bora Bora por antonomasia, ese paisaje de postal que todo el mundo tiene presente cuando piensa en polinesia: una laguna de un azul impo- sible de describir rodeada de unas cuantas barreras coralinas formando islitas forradas de palmeras y un conjunto de montañas ver- des y escarpadas que se levantan en su cen- tro. O eso al menos es lo que se imaginan los americanos, y razones no les faltan. Durante la Segunda Guerra Mundial llegaron aquí más de siete mil soldados americanos que convirtieron la isla en una fortaleza contra un posible ataque japonés. Instalaron varios cañones, construyeron la pista de aterrizaje y la carretera que circunvala la isla y esperaron a los nipones. Pero estos no llegaron nunca y los americanos se dedicaron a gozar del paraíso con su buen clima, una nula activi- dad y una gran cantidad de bellas muchachas a quien hacer la corte. El capitán Cook no pudo desembarcar en la isla por falta de una buena entrada a tra- vés del arrecife que rodea Bora Bora, pero sí pudo apreciar la belleza de las cimas escar- padas del centro de la isla. Hoy en día, casi nadie llega a Bora Bora en barco. La inmensa mayoría de los turistas que la visitan lo hace en avión, aterriza en el aeropuerto construi- do sobre el arrecife y un transbordador los lleva a su hotel de lujo con bungalows cons- truidos en pilones sobre el agua. La mayoría de estos turistas se quedarán aquí sin apenas hacer nada más que bañarse en el agua cris- talina y tostarse al sol en las tumbonas de sus balcones sobre la laguna. Yo preferí adentrarme en la selva de Bora Bora, y lo hice en compañía de Azdine Oua- lid, un francés de origen marroquí que llegó aquí hace 15 años y que ha localizado varios templos antiguos entre la espesa vegetación del llamado Valle de los Reyes. −Aquí hay más fruta sin recoger que en todos los supermercados y hoteles de Bora Bora −me dijo con su voz enérgica. Delgado, fibrado y con una energía que parece infinita, a Azdine le llaman “crevette“, la gamba, por su color y su esbeltez. Azdine se pasa la vida en la selva, y criti- ca a los propios polinesios de no aprovechar los recursos que les da la selva (el año pasado recogió él solo 135 kilos de café, 45 de almen- dras y 35 de pistachos, sin hablar de las bana- 23