Revista de viajes Magellan Magellan Nº41 | Page 21
−Eso sí −añadió Hoani−, subían solo des-
pués de haber entrado al Te Po, un agujero
en medio de la montaña que dicen que con-
ducía a la oscuridad polinesia.
Hoani es tahitiano con ascendencia dane-
sa, pero con sus brazos llenos de tatuajes tie-
ne mucho más de polinesio que de europeo.
Me contó varias leyendas locales, que había
aprendido de su abuelo. Una de ellas habla-
ba de la diosa Hina Rau Rea, que vivía cerca
del valle Va’aroa hacia el que nos dirigíamos,
y a quien gustaba surfear sobre la islita que
se levanta a la desembocadura del río Apo’o
Mao.
Llegamos hasta la entrada del río y empe-
zamos a remontarlo lentamente con la barca.
Es el único navegable de la Polinesia France-
sa y se puede llegar hasta unos 1.200 metros
al interior. En su entrada debe de tener un
ancho de unos treinta metros, pero pronto
las dos orillas opuestas van acercándose y
los árboles que crecen en ellas acaban jun-
tándose en una bóveda de ramas y hojas que
nos cubrió. Llegamos hasta el final del río,
en el que un tronco caído imposibilitaba el
paso, y regresamos dejándonos llevar por el
agua. Después, Hoani aceleró y regresamos
al centro de la laguna donde una manada
de delfines nos estuvo siguiendo durante un
buen rato, aprovechando la ola expansiva de
la proa y saltando cerca de la barca. Parecía
un buen presagio para la siguiente visita, el
templo más importante de toda la Polinesia.
Amarramos la barca en el pequeño mue-
lle que se levanta junto al lado de uno de los
cuatro maraes que forman parte del conjunto
de Taputapuatea. En 2017 el lugar fue ins-
crito en el Patrimonio de la Humanidad por
Marae de Taputapuatea en Raiatea
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