Revista de Diciembre de 2019 2019 Revista Diciembre | Page 13
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de té saharaui, la comida se comparte en un
solo recipiente. Por respeto a las personas de
fuera a veces ponen cubiertos, no se nos da
muy bien el arte de comer con la mano arroz
o cuscús.
Mis orígenes canarios hacen que muchas
cosas me recuerden mi infancia en Fuerte-
ventura, una extensión del Sáhara en medio
del Atlántico. El gofio, cereal tostado y mo-
lido, que aquí mezclan con agua y azúcar
para desayunar, era el alimento básico de
las familias canarias, aunque allí se tiene
la fortuna de poder acompañarlo de otros
alimentos más nutritivos como la leche y
el pescado. Muchas personas de Canarias
vivieron en el Sáhara Occidental y muchas
personas saharauis tienen familia o amis-
tades en las islas.
Este es un contexto único, muy diferente a
otros lugares en los que he trabajado. Ten-
go la suerte de poder ir caminando hasta
la oficina casi todo el año. Cada mañana al
salir me encuentro con la inmensidad de la
hamada, un paisaje árido e inhóspito que pa-
rece siempre igual pero cada día es diferente;
con las estaciones cambia la luz y vienen los
camellos, con el siroco cambia sutilmente la
tierra y con la lluvia el olor. Con el tiempo te
acostumbras al paisaje.
El equipo ha ido creciendo y el camino a la
oficina se hace entre charlas, pero siempre
hay alguien que se vuelve a sorprender y
hace que las demás volvamos a mirar: más
camellos que el año anterior, una vereda, la
misma construcción inacabada, un huerto
nuevo en el Ministerio de Salud Pública, más
coches, más gente…
Y así llego a mi segunda ventana, LA VENTANA
DE LA OFICINA que está en el Ministerio de
Salud Pública. Siempre que puedo tengo
la ventana abierta, hay días que solo veo
paredes y pasillos, otros días veo el trajín del
personal trabajando, otros veo a la población
que va a exponer sus problemas o en busca
de oportunidades, a veces veo la esperanza,
otras el cansancio. También desde esta
ventana me llegan saludos: buenos días,
salam aleikum, Sabah El-Jer, ¿Skifak?, Le
bes… y, de vez en cuando, asoma la cabeza
alguna persona curiosa que atraída por
nuestras voces o nuestras risas quiere saber
lo que pasa dentro.
Algunos días salimos a las wilayas, entonces
miro desde LA VENTANA DEL COCHE, mi terce-
ra ventana, el movimiento en las carreteras
que desde hace pocos años unen los cam-
pamentos, las jaimas (tienda de campaña
de los pueblos nómadas del norte de África)
que aparecen en el verano en medio de la
nada, en las que se busca aliviar el calor; y
me asombra la capacidad de la gente para
normalizar la vida. Niñas y niños que salen o
entran de la escuela, que juegan y que siem-
pre al ver un coche saludan efusivamente,
con la mano si son menores, y en español si
son mayores y han estado en España con el
programa Vacaciones en Paz.
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También veo a las mujeres que van a recoger
la canasta básica o el gas, a las que esperan
consulta en el dispensario, a las que están
lavando y a las que cosen las jaimas; la gente
que se reúne para charlar y tomar el té sobre
una alfombra al fresco cuando hace buen
tiempo y, por las tardes, algún partido de fút-
bol en canchas más o menos improvisadas,
una escena que me ha acompañado desde
la infancia.
En estos trayectos, cuando hace mucho ca-
lor, tengo la impresión de ver agua a lo lejos
y pienso en lo difícil que tiene que ser vivir 40
años sin ver el mar cuando, como yo, te has
criado cerca de él.
Y ya de regreso, al final del día, quedan los
encuentros con las personas que se han
convertido en amigas, con las que compar-
tes confidencias y risas, las que hacen más
amable la vida en el Protocolo. Muchas ve-
ces en estos ratos disfrutamos de estrellas
fugaces y meteoritos y con esa imagen nos
vamos a descansar para comenzar de nuevo
al día siguiente.
UN DÍA MÁS EN EL QUE ESTE CIELO Y ESTE
PEDACITO DE DESIERTO SON UNA VENTANA
A LA ESPERANZA PARA LA POBLACIÓN
REFUGIADA SAHARAUI.
[1] Desde la ventana de la oficina.
[2] Equipo de Médicos del Mundo en
Rabuni. [3] Comiendo con mujeres
saharauis. [4] En el marshal (mercado).
Nº 48 DICIEMBRE 2019