Revista Casapalabras N° 36 Casapalabras N° 36 | Page 55
relato
sin el revoque completo. Calles an-
chas y silenciosas. En la puerta de
un bar, un grupo de hombres lo sa-
luda con la cabeza. Él sonríe y res-
ponde levantando, apenas, la mano
del volante. Siente que conoce a
esa gente, que podría entenderla.
Y siente, también, que ellos, todos
ellos, lo entenderían a él. Sin mu-
chas palabras y sin juzgarlo, ellos
entenderían que él estaba pasan-
do por un mal momento pero que
amaba sinceramente a su hija, que
estas cosas a veces ocurren.
Ya a una cuadra reconoce el
negocio. Las persianas están bajas
y las luces apagadas. Decidido, se
baja del auto, busca la puerta gris
más cercana y toca el timbre. Des-
pués retrocede para espiar el local.
Es inmenso. Llega a distinguir
una larga hilera de cocinas, ven-
tiladores y aire acondicionados.
Más atrás: máquinas de cortar el
césped, lavarropas y algunas mo-
tos. No hay bicicletas. Al menos
no a la vista. Pero no se inquieta.
El lugar es muy grande, podrían
estar en cualquier parte. Perdidas
en un depósito, por ejemplo, como
si fueran un tesoro. No sólo va a
comprarle una hermosa bicicleta
a su hija, sino que todo eso será
una gran aventura que, de alguna
manera, estará incluida en el rega-
lo, como un valor extra, invisible
y secreto. Será algo privado entre
Laurita y él. Dentro de muchos
años Laurita seguirá contando
cómo su papá recorrió cientos de
kilómetros para comprarle una
bicicleta en un pueblito perdido.
Seguramente también agregará
algún peligro inocente, algo mis-
terioso y un poco exagerado. Él no
va a contradecirla, nunca; los chi-
cos son así, y está bien que sean así.
La puerta se abre dejando ver a
un hombre más bien gordo, descal-
zo y en camiseta. A Peralta le agra-
da esa naturalidad, esa confianza
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