Revista Casapalabras N° 36 Casapalabras N° 36 | Page 31
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Por el internet no llegaban no-
ticias. Entonces fui a verlo. ¿O fui a
que me viera? Las calles con auto-
móviles. El portero del edificio don-
de vivías, ¿vivías?, sin saber a quién
entregarle la correspondencia. El
mundo siempre extraño empezaba
a prescindir de ti. Una cobija livia-
na te cubría. Habías adelgazado.
Me preguntaste por el paquete con
cinta de regalo que estaba al lado
de una cuchara en la mesa de no-
che. Esas cucharas que fuera de la
mesa y las comidas adquieren una
soledad rara. Abrí por un extremo
el papel azul y te dije: Vivaldi. Me
quedé en silencio acompañando tu
silencio sin regresos.
No encontré manera de despe-
dirme y en puntillas innecesarias
salí con la tristeza de que estabas
más al otro lado, ese donde las pala-
bras no llegan y el tiempo se sale de
los relojes, de sus cuerdas repetidas.
No había manera de que este lado
te importara más.
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Alicia se coló a tu habitación.
Insistió en darte las buenas noches.
Al momento salió desolada y me
confió: Apeco no me conoció. Des-
pués Antonia y Gabriela dijeron lo
mismo.
La esperanza del milagro es
obstinada. Y le pone a la existen-
cia un toque de complejidad de la
cual carece cuando queda prevista
por las certidumbres de una racio-
nalidad vanidosa. Además la nega-
ción del milagro ennoblece el sufri-
miento. ¿Lo sabías?
Volví al otro día y conjeturé que
tú, Apeco, no tendrías ya días, ni
horas, ni soles, ni noches. El mismo
portero, un hombre con la cortesía
rural sin las intemperancias de la
urbe, me atendió. Alicia estaba en
la sala de la recepción. Le pregunté
qué hacía allí.
Me respondió que la madre
estaba allá. Él allá recibió la nota
de un gesto de su mano que indi-
caba el apartamento de Alberto.
Me sorprendió que se hubiera des-
prendido de la televisión del por-
tero donde pasaban unos dibujos
japoneses. Alicia es concentrada y
por eso Apeco la llevaba al cine. No
hablaba, ni hacía ruido de papeles
y papas fritas y dulces. Ahora ar-
maba un globo de helio, de juguete,
y lo cargaba de mensajes. La sentí
mirarme, como si buscara algo en
mi rostro. Entonces dijo: Apeco se
murió.
Me hice el desentendido en tan-
to las sustancias del dolor estraga-
ban las zonas desconocidas que na-
die sabe que tiene. Vi la sombra en
su rostro de niña que por primera
vez se enfrentaba a lo inexplicable,
un misterio que no producía curio-
sidad como el ratón Pérez, o el niño
Dios de diciembre. Vi la tensión
entre su inocencia que se defendía
de los apresuramientos de la rea-
lidad y aceptaba una devastación.
Su mirada exploraba respuestas en
mi cara de palo, congelada por lo
inevitable de la aflicción. Y repitió:
Apeco se murió.
Yo que me había disfrazado de
lámpara en la oscuridad, de risa
suelta en el llanto, de rey en la ne-
cesidad, de Sherezada en los in-
somnios, de soldado en los ataques,
yo, su amigo, el amigo de Alicia, salí
corriendo al sótano a llorar y a ori-
narme en los pantalones como un
borracho desamorado que se abraza
a sí mismo para padecer la indife-
rencia del mundo.
(Tomado de: https://aprendeenlinea.
udea.edu.co/revistas/index.php/
revistaudea/article/
viewFile/7392/6836)
Roberto Burgos Cantor
(Cartagena de Indias, 1948
– Bogotá, 2018)
Abogado de profesión, ini-
ció su carrera literaria en 1965
con el cuento La lechuza dijo el
réquiem, publicado en la revis-
ta Letras Nacionales. En 1969
ganó el Concurso Nacional de
Cuento del periódico Pizarrón,
de la Pontificia Universidad
Javeriana, y en 1971 obtuvo el
Primer Premio del Concurso
Jorge Gaitán Durán, del Insti-
tuto de Bellas Artes de Cúcu-
ta. En 1981 apareció su primer
libro de relatos, Lo amador. En
este género publicó además los
libros De gozos y desvelos, Quie-
ro es cantar, Juego de niños, Una
siempre es la misma y El secreto
de Alicia, así como el libro tes-
timonio de época, Señas parti-
culares, y las novelas El patio de
los vientos perdidos, El vuelo de
la paloma, Pavana del ángel, La
ceiba de la memoria —ganadora
del Premio de Narrativa Casa
de las Américas 2009 y finalista
del Premio Rómulo Gallegos
2010—, Ese silencio, El médi-
co del emperador y su hermano y
Ver lo que veo, Premio Nacional
de Literatura del Ministerio de
Cultura de Colombia 2018.
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