Revista Casapalabras N° 36 Casapalabras N° 36 | Page 12
Allá afuera las olas lamen lentas los bordes de la prisa.
Miro las caracolas que descansan sobre los libros,
¿dónde está el sol que las hizo brillar como estrellas
por tierra?
A ellas y a mí nos llama el mar.
Ay, cómo suena su voz de aliento sumergido,
de catastrófico salitre en movimiento,
de eco coral y solitario.
Allá voy, marineros transeúntes, faltos de acordeón,
que aunque parezca que no soy del mar,
que aunque un día perdí los aparejos,
pertenezco a la historia de las aguas.
Oh día submarino, música acuática y salobre,
eres como una lágrima extendida,
como un naufragio que no se consuma,
como un mar que llamara a mi ventana
dispuesto a reducirse a niebla.
Oh día, oh mar que inevitablemente y cada día
bates y bates mi puerta.
El préstamo
A Esperanza y Manuel Rico
Apenas si veía pájaros.
Se oían voces y ruidos de vasos,
y una música triste, derrumbada,
una canción distinta, pero intensa.
Todo se hallaba absurdamente detenido
dentro de una burbuja de desdicha,
de distancia sin aire, de muralla de hielo.
Y la niebla besaba largamente
aquel rincón del mundo en que te hallabas,
aquella esquina mísera y absurda
desde la que mirabas hacia fuera,
hacia un lugar inhóspito y aislado,
un sitio que te rechazaba,
donde tú no existías,
donde nadie entendía tus palabras,
un sitio en donde sólo se podía llorar,
llorar como esa niebla que todo lo cubría.
Como una gasa vieja
aquel opaco manto te ocultaba
detrás de los cristales.
Allí, lejos del sol y falta de tu idioma
tu acorralada infancia descubrió
el castigo del abandono.
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Cayó la noche sobre las aceras
como un charco de tinta:
apoyaste la frente en los cristales
y lloraste despacio en español.
Unos niños cantaban a lo lejos:
«Au clair de la lune/
mon ami Pierrot/
prete moi ta plume/
pour écrire un mot».
Y con la pluma que ellos te prestaron
has venido escribiendo sin reposo
la palabra tristeza.