momento de gestar las siglas que han posibilitado distin-
guir una cumbre de otra. Así, al añejo MCCA y a la res-
petable ALALC, se han agregado la JUNAC, el SICA, el
CARICOM, la AEC, la CAN, el G3, el MUEC, el CBI, la
ALADI, el MERCO SUR, el SICE, la ALCA, la ALBA,
la UNASUR, entre otros. Además, se han suscrito varios
acuerdos bilaterales, trilaterales y multilaterales, con ca-
rácter regional, subregional e intra-regional, en diversos
aspectos relacionados al transporte, energía, aduanas, co-
rreos, migración, producción, educación e inversión. Me-
dio siglo de esfuerzos sin alcanzar ningún resultado tan-
gible, nos coloca ante una disyuntiva: continuar vagando
por el mismo camino durante un siglo más o buscar otro
sendero.
El segundo posible sendero para crear el peso latino,
sería el trazar un camino similar al transitado por el euro.
Es decir, fijar los objetivos económicos que, uno a uno,
tendrían que alcanzar los países latinoamericanos. Pero
para recorrer este sendero, necesariamente se requiere que
los gobiernos de cada país, a lo largo de un periodo más o
menos extenso -doce años en el caso de Europa- asuman
y cumplan el compromiso de restringir gastos, castigar la
corrupción, no devaluar, crear empleos y no endeudarse
más. Es decir, justamente los objetivos que la mayoría de
los gobiernos de América Latina no han sido capaces de
alcanzar.
El tercer sendero para llegar al peso latino, pasaría a
través del atajo que se abriría si es que -temporalmente- se
adopta como dinero propio al dólar. Seguir este atajo no
solo que evitaría el largo y estéril trajinar que se esconde
detrás de los otros dos senderos, sino que gran parte del
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