atajo ha sido ya recorrido. En la América Latina actual, el
dólar ya se utiliza para contabilizar y pagar al menos los
siguientes rubros: la totalidad de la deuda externa; más de
las nueve décimas partes de las reservas en divisas; más
de las cuatro quintas partes del comercio con el exterior;
alrededor del 85 por ciento de las inversiones externas; y,
casi todos los contratos mercantiles y financieros de largo
plazo.
Desde luego, adoptar el dólar como dinero propio
-aunque solo sea temporalmente- generaría varios costos,
algunos de los cuales han sido bastante publicitados. Por
ejemplo, la pérdida de soberanía en el manejo de la polí-
tica monetaria y cambiaria; la imposibilidad de devaluar
para subsidiar al exportador, para neutralizar ciclos o para
reactivar la producción; la desaparición de las rentas del
gobierno generadas en su facultad de conceder crédito y
emitir dinero; el deterioro en la capacidad de controlar las
tasas de interés; y, el ocaso del Banco Central en su fun-
ción de prestamista doméstico. Sin embargo, esos costos
temporales tenderían a desaparecer una vez que el atajo
haya sido recorrido y pueda sustituirse el dólar con el peso
latino -siguiendo el proceso que se detalla en el libro Amé-
rica Latina entre sombras y luces (Alfredo Vergara), cuyo
capítulo 11 ha sido transcrito en estas líneas- para pasar a
cosechar los siguientes beneficios: la generación de mer-
cados de capitales que ya no tendrán que ser forzosamente
mercados externos; los depósitos en los bancos domésticos
que mantendrán su valor aún en tiempo de crisis; la tasa
de interés que dejará de competir con la inflación y con
la devaluación, lo cual evitará el permanente deterioro del
ahorro y de sueldos y salarios; el mayor ahorro doméstico
que ya podrá financiar los proyectos de inversión regional
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