por el otro- la unidad súbitamente dejaba de ser un formal
compromiso protocolario, para convertirse en una herra-
mienta de sobrevivencia en un mundo globalizado. Antes
de que termine 1991, los gobiernos del continente se reu-
nían en Maastricht, ubicada junto al río Mosa en Holanda,
para analizar la necesidad de adoptar una moneda común y
un solo Banco Central para toda Europa: el Banco Central
Europeo que luego tendría su casa matriz en Frankfurt, el
corazón financiero del continente.
El Tratado de Maastricht recoge las condiciones
que debían cumplir los países europeos para ingresar a la
Unión y que se resumen en: un déficit fiscal que no exceda
el 3 por ciento del PIB, una deuda estatal que no exceda el
60 por ciento del PIB, una moneda nacional que no se haya
devaluado en los últimos dos años, y una tasa de inflación
que no exceda 1.5 puntos por sobre la tasa media de los
tres países con la inflación más baja. Las condiciones del
Tratado tenían que cumplirse -como en efecto se cumplie-
ron- antes de que finalice el Siglo XX.
Los posteriores eventos son bastante conocidos: el 1
de enero de 1999 se estableció el valor definitivo del euro
en términos de la moneda de cad