así que no podría usar el arbitrio de detener en la frontera
a los ciudadanos de Alemania del Este. Por otro lado, no
era posible detener la euforia del reencuentro entre parien-
tes y conciudadanos ni tampoco negar que, a pesar de las
décadas de aislamiento, seguía existiendo una sola nación.
De esta manera, parecían repetirse en reversa los eventos
ocurridos al fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando la
parte occidental fue dividida en tres zonas ocupadas por
tres distintos ejércitos. En esa ocasión y sin realizar ningu-
na consulta política, el Banco Central Alemán -el Bundes-
bank- dictaminó que el Marco circule como dinero oficial
en las tres zonas. Así, aglutinadas por una sola moneda,
las tres zonas casi de manera automática comenzaron a ser
parte de un solo país: la Alemania Federal. Esos eventos
seguramente fueron recordados por Helmut Khol, Canci-
ller de Alemania Federal, cuando la tarde del 6 de febrero
de 1990 -bajo la intensa presión de los alemanes del Este
por ingresar masivamente al Oeste- anunció que, a partir
de ese día, el occidente y el oriente de Alemania comparti-
rían la misma moneda. El conocimiento histórico del Can-
ciller Khol rindió sus frutos: sin conflictos y aún antes de
que exista un decreto oficial, las dos partes de Alemania se
convirtieron en un solo país.
La inesperada reunificación convirtió a Alemania en
la nación más poderosa de Europa, al incluir a la Alema-
nia Oriental que por sí sola constituía la novena potencia
económica del mundo. El marco alemán pasaba a ser para
Europa lo que el dólar era para América. El Bundesbank
podría controlar en Europa, la inflación, las tasas de in-
terés y los tipos de cambio, tal como el Fed controla esas
variables en Norteamérica. De esta forma, para las dos
partes -Alemania por un lado y el resto de países europeos
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