Pero el octogenario Spinelli no sobrevivió mucho
tiempo a la criatura. El 23 de mayo de 1986 fallecía en
Roma. Y la criatura tampoco habría sobrevivido a su pro-
genitor, sino hubiera sido por un inesperado evento que sa-
cudió al mundo y a Europa. En 1989 sucedió un evento que
nadie esperaba, pero que estremeció los cimientos mismos
del viejo continente: el bloque socialista y comunista de
Europa del Este empezó a hundirse de manera irreversi-
ble.'
El colapso alcanzó a Polonia, Alemania Oriental,
Hungría, Rumania, Bulgaria, Checoslovaquia, Yugoslavia
y, después, a todas las repúblicas de la ex Unión Soviética.
Junto con la economía comunista, también se hundieron el
Muro de Berlín y la Cortina de Hierro. Y sin esas barreras
se abrió el paso a los ríos de gente -sobre todo la que había
nacido detrás del muro hace menos de 40 años- que ame-
nazaban con inundar Europa. Esa amenaza estaba justifi-
caba por los largos años en que el Occidente había acusado
al Este de mantener aprisionada a la gente. Si el Este ya
dejaba salir a la libertad a esa masa humana, la moral dic-
taminaba que el Occidente la debería dejarla entrar.
El dictamen era especialmente válido para las dos
partes de Alemania, entre las cuales ni siquiera se interpo-
nía la barrera del idioma. Además, la Alemania del Oeste
siempre había expresado que existía una sola Alemania,
4.
Después de la aprobación del borrador del Tratado efectuada por el Parla-
mento Europeo, los diversos gobiernos y partidos políticos nacionalistas, co-
menzaron a bloquear o boicotear las actividades necesarias para oficializar y
ejecutar el Tratado. En su lugar se impuso un documento que, bajo el nombre
de Acta Única, reducía la unión económica a una promesa protocolaria que
podía diluirse en una serie de reuniones intrascendentes y turísticas, al estilo
de las que hasta el día de hoy predominan en Latinoamérica.
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