un periodiquito que a veces se llamaba Ajenjo, otras Elote y en una etapa notablemente étnica, Huasipungo, en el que publicaba poemas y cuentos breves,
y por eso lo apodábamos Elelé, porque aportaba al grupo el elemento poético.
Sí, era tonto, pero nunca preguntaste por qué le decíamos así; probablemente lo creías un alias, un nom de guerre, como todos los de tu grupo tenían
uno. Me enteré del tuyo hace poco y de modo completamente accidental.
Laura y Elelé, nuestros precursores, novios también a pesar de estar
en partidos distintos, nuestros dobles. Elelé no estaba de acuerdo y nos llamaba copiones, sombras indeseadas de su relación.
Entretanto los rusos seguían perdiendo tanques y helicópteros en
Afganistán, sin saberlo comenzaban a socavar un muro que se encontraba a miles de kilómetros de distancia, al mismo tiempo que otros
sujetos islámicos enfrentaban al estado sionista en el medio oriente
con un optimismo a prueba de podas (“Podrán cortar todas las flores”).
20
Para concluir –o simular una conclusión– esta agonía bélica de los años
setenta que no enseñó nada a los norteamericanos, pues apenas salieron de
Indochina volvieron a involucrarse de modo sangriento en Centroamérica:
Guatemala, Nicaragua, El Salvador y Panamá (¿prohibido olvidar?), debo
confesar que me topé con una fotografía en la última página del cuerpo A
de El Nacional que marcó una diferencia, vital. No estaba en primera plana
pero al menos para mí, fue definitiva. Sí, claro, hoy en día y entre nosotros especialmente desde el 2002 El Nacional, El Universal, Globovisión
y los otros canales, y las agencias internacionales –Reuters, Upi, Efe, Ap,
Venpres, Prensa Latina– están sumamente desprestigiados, y aunque desde
mucho antes había tipos como Pedro Duno –que en una entrevista con Iván
Loscher en los setenta afirmó que El Nacional era un diario que le hacía
mucho daño a la opinión pública en Venezuela, que en lo personal creo es
un invento de los medios venezolanos y que en realidad los venezolanos
siempre están pensando en otra cosa, probablemente más fundamental,
como el sexo, o la comida– igual uno no podía evitar el impacto de la
imagen: una hilera de hombres con los ojos vendados y las manos atadas
a la espalda derrumbándose bajo un efecto dominó mortal, causado por
Kalashnikov esgrimidas por guerrilleros afganos, por esos simpáticos aliados de Rambo que, según la leyenda al pie, estaban ejecutando profesores
de bachillerato cuyo crimen había sido transmitir enseñanzas contrarias
al Corán. Hasta allí mi solidaridad con la resistencia a