antes el joven Gurdjieff de la mano de Peter Brook; Osama se arrodillaba en algún lugar de Boston o Nueva York, usando su reloj suizo y
saudita para orientarse en dirección a La Meca; el cadete Hugo Rafael
se aprestaba a bailar con una quinceañera un popular mosaico de Billo
Frómeta (La marina tiene un barco / La aviación tiene un avión / y
allá vienen los cadetes en correcta formación); y nosotros hacíamos el
amor, quisiera recordar que desaforadamente, en tu residencia cuando
tu compañera estaba visitando a su familia en Maracay, o en el apartamento de mis viejos cuando estaban trabajando o se iban para la playa
a pasar el fin de semana. Claro, es injusta esta comparación porque
seguramente este trío de hombres notables –Silvester ben Chávez– que
nunca se encontraron también hacían el amor y a lo que quería llegar
era al tema afgano, que usualmente ocupaba parte de nuestras discusiones acompañadas por cervezas y chistorras en Sabana Grande, o por
cervezas y costillitas agridulces en el chino de Los Chaguaramos, en
las que también participaban el gocho Abreu, mi tocayo Sergio (que me
llamaba Serguei ique para diferenciarnos, como si no fueran suficiente
su gordura y adequismo galopante, aunque era buena gente), Elelé y su
novia, Laurita, tan delgada siempre, tan callada y sonreída, como si ya
entonces supiera. Pero eso no viene al caso, al menos no durante esas
noches en que pasábamos de la política nacional a la universitaria y
de allí a la internacional y a lo que parecía la catástrofe rusa. Increíble
que un país que había apoyado al tío Ho en la mayor derrota externa
infligida al imperio norteamericano en toda su corta pero avasallante historia de expansión y dominio mundial, se empantanase casi de
inmediato en el desierto afgano. Abreu y tú, sin ser prosoviéticos, tendían a disculpar las acciones rusas mientras mi tocayo y yo simpatizábamos con la guerrilla local, islámica y con un dejo romántico que nos
hacía asociarlos, salvando las enormes distancias, con Lawrence de
Arabia –O’Toole of course– y sus árabes comandados por Omar Sharif.
¿Sabías que tocayo es una palabra de origen náhuatl? ¿Te imaginas un sitio donde coincidan dos carajos llamados Huistipozotli?
Elelé (mento) y Laurita nos escuchaban hablar de las matanzas en Kabul
manteniendo una posición aparentemente neutral, aunque Elelé –que
cuando se ponía radical pasaba a llamarse Olepé, o Elepé, si le pasaba en
una fiesta– era de ascendencia libanesa, mirista como yo aunque de otra
célula, pues nosotros funcionábamos distinto a ustedes y estábamos separados por escuelas, y él estaba en sociología, donde también era conocido
como Omar y no ocultaba una fuerte inclinación por la poesía. Sacaba
irregularmente y gracias al multígrafo de nuestro centro de estudiantes
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