líes), aunque luego supiese que en tu familia no había ninguna ascendencia árabe o persa, al menos no cercana. Sí de portugueses y canarios, aunque no se vanagloriasen de ello, al principio, de los ochenta.
Y fíjate que ya entonces no rondaba el tema, aunque no puedes saber de cuál
tema te hablo, pues esto ha derivado –siguiendo el motivo marino– hacia
otras playas, arrastrado por una marea de recuerdos, de restos de aquella
primera emoción cuando vi uno de mis papelitos asomando por los bordes,
sobreviviente al triste destino de los otros, arrugados y lanzados al primer
cesto de basura de los pasillos de la escuela apenas eran leídos (cuando los
leía). De allí al primer café no faltó mucho, caminar y luego correr juntos, y
llorar juntos en una manifestación en las Tres Gracias, o del lado de Plaza
Venezuela, o en la plaza El Venezolano (cerca de la cual había un restaurant
griego del que fuimos asiduos durante un buen tiempo), mientras sobre
nosotros pasaba una estrella fugaz con forma de botella de colita grappette
envuelta en llamas, molotov. Compartir mesa en el comedor universitario,
cigarrillos, periódicos, siestas en la Tierra de Nadie y una tarde cualquiera
el primer beso. Y sí, el amor, pero también la política, porque seguíamos
militando con distintos grados de radicalismo: tú verdaderamente ultrosa –esa enfermedad infantil– y con brazo armado, yo estratégicamente
participando en el apoyo al parlamentarismo burgués, también conocido
como democracia burguesa, luego de la derrota que nos infirieron en los
sesenta, hasta que se presentaran nuevas y claras condiciones para la toma
del poder. Con un devenir histórico que conspiró para unirnos más al hacer
cada vez más evidente que los movimientos armados no tenían futuro, o
sí, pero uno definitivamente mortal en Cantaura, tres años después, y al
deshacerse mi organización en medio de luchas de facciones –que tampoco habían visto el film de Monty– por el control del aparato, devorados –ahora sí- sus principales dirigentes por el parlamentarismo burgués.
18
Huérfanos de futuro nos tocó forjarnos uno, ¿no es así? Pero otra vez me
alejo de ese primer encuentro con la guerra santa, la yihad, del misterioso encuentro en una mesa de cirugía de una hoz, un martillo y un alfanje
(“¡La cimitarra! ¡La cimitarra!”, una caricatura de Fontanarrosa que no
viene al caso, pero que me sigue haciendo gracia), también conocido como
Afganistán, el Vietnam ruso, una medialuna roja que asomó mucho antes
de bin Laden y ocupó numerosas conversaciones a fines de los setenta,
cuando todavía el socialismo era el horizonte del porvenir, esa línea imaginaria inexistente. Rambo cabalgaba entonces con su carcaj cargado de
flechas [