cia– de mensajes de texto impersonales, usualmente relativos a los
muchachos y sus necesidades. Niños, muchachos, unos carajos al
borde de la treintena –Andrea con un aborto y todo– y seguimos
refiriéndonos a ellos como si aún tuvieran siete u ocho años e intentáramos convencerlos de que las diez es una buena hora para dormir.
No puedo permitir que te alejes de mí así, antes de habernos encontrado. Más o menos una frase de Cortázar tomada de Rayuela, creo, o
de alguno de sus cuentos (¿Manuscrito hallado en un bolsillo? No sé,
tantas mudanzas acabaron con la posibilidad de una biblioteca y de
Cortázar sólo conservo un tomo de La vuelta al mundo) ¿La recuerdas, Carla? Una de las primeras notas que dejé en tu pupitre en medio
de una de esas largas e inútiles reuniones del centro de estudiantes
a las que asistía más por verte que por cumplir con mis obligaciones
con el partido. Tú sí, cumplías con tu deber, ultrosa y siempre algo
despectiva cuando hablabas conmigo (entonces no habíamos visto
la película de Monty Python ni sabíamos que compartiríamos una
larga carrera de espectadores cinematográficos, pero igual intuíamos que no había nada que odiase más un militante de izquierda
que a otro militante de izquierda, pero de otra organización). Y en
la siguiente reunión, entre puntos de orden, dame un previo y no
dialoguemos, compañeritos, otra notita, quizás con un par de versos
de Benedetti –la culpa es de uno cuando no enamora / y no de los
pretextos / ni del tiempo–, o consignas ajustadas a derecho, al amoroso mío como “Si somos el futuro, por qué nos ignoramos”, o “ante
tu indiferencia, guerra amorosa y prolongada”. O aquella, tomada de
aquel libro de Cortázar que todavía conservo, aunque en una edición de bolsillo, que obviamente estoy transcribiendo con errores:
Tras beber los mares nos asombra
que nuestros labios sigan tan secos como
las playas.
Y buscamos una vez más el mar para
mojarnos en él, sin ver
que nuestros labios son las playas y nosotros
el mar.
Los versos eran de Attâr, el mar eres tú, esos grandes ojos verdes en un rostro que hacía pensar en las mil y una noches, en un
medio oriente salido directamente de ilustraciones decimonónicas
y con un erotismo ligero para consumo de adolescentes (morenas
envueltas en velos, en una atmósfera brumosa, lánguida, sensual
y colonial; nada que ver con intifadas, bombas y comandos israeDesignfreebies Magazine • www.designfreebies.org • 17
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