REVISTA CANDÁS EN LA MEMORIA - Numero 8 Abril 2019 REVISTA NUMERO 8 CANDÁS EN LA MEMORIA | Page 13
FIDELIO PONCE DE LEÓN ,EL HOMBRE Y EL
ARTISTA
Del autor que mejor lo conoció Juan Sánchez
Pero después se preocupa por la miseria en que
asomará a la vida el retoño de sus amores:
«Duele tanto el primer hijo habido en la pobre-
za, que el alma se sume en el más negro y gran-
de de los sufrimientos.» Traslada a María para
la habitación 14 que él ocupa en el hotel Rex,
en la calle San Miguel casi esquina a Neptuno.
Es la época, a principios de los años 40, en que
Ponce cuida de su apariencia personal como en
ningún otro momento de su vida. El hotel donde
vive está enclavado en pleno corazón de La
Habana, en medio de un entrevero de calles que
recuerdan las rinconeras pintadas por el fran-
cés Utrillo. La baja vida alegre capitalina exhi-
be por estos lares todas las manifestaciones
imaginables: prostitución, juego, tráfico de dro-
gas baratas, chulería y matonismo uniformado
de una policía que casi siempre obtiene sucio
producto de este lado feo de la ciudad. A pocas
cuadras, el blanco y enorme edificio del Capi-
tolio sirve de sede al Congreso de la República
que, con poquísimas excepciones, refleja el des-
coco del poder legislativo que emula en chatura
con el ejecutivo. Recién llegado de Francia, el
pintor Wifredo Lam acudió al Rex para saludar
a Ponce, en quien reconoce a uno de los maes-
tros de la pintura cubana.
Por esta época escribió una larga lista con
nombres de pintores famosos para escoger los
que debía llevar su hijo, próximo a nacer. Cuan-
do María dio a luz un varón, Ponce decide mu-
darse para una humilde vivienda en Marianao,
cerca del paradero de tranvías de Redención. El
niño fue nombrado Miguel Ángel Domenico Ra-
fael, pero todos comienzan a llamarlo, sencilla-
mente, Poncito. En la nueva casa, María sigue
al tanto de que a Ponce no le falten nunca sus pe-
queños frascos de vitaminas.
Él comienza a hacer algún reposo, siguiendo
indicaciones médicas. De vez en cuando, sin ag-
itación, pinta o hace dibujos. Cuando no, ocupa
el tiempo en escuchar música: Beethoven, Mo-
zart, Bach, Schubert, Schumann.
Mantiene una fe casi ciega ante el poder
de aquellas vitaminas que la ciencia ha bautizado
con letras del alfabeto. Al enterarse que había
sido descubierto un nuevo medicamento, la es-
treptomicina, cuyos poderes benéficos todos
exaltaban, dijo a sus amigos:
—Estoy salvado. Estoy salvado. Se dice que la
estreptomicina es lo mejor que hay para curar la
tuberculosis.
Un funcionario del gobierno de turno62 traía
del extranjero a Ponce esta medicina que recién
había invadido el mercado y recibía a cambio
obras del pintor. Era un nuevo tipo de mecenaz-
go que, en vez de entregar dinero, comida o bebi
da, entregaba ahora medicinas. Pero Ponce esta-
ba ya definitivamente minado por la enferme-
dad.
Un comentario de Mañach en el Diario de la Ma-
rina, el 6 de noviembre de 1946, mostró los per-
files del drama: «Efectivamente, Ponce está gra-
vemente afectado de los pulmones. Hay que hac-
er un esfuerzo, generoso y sostenido, para sal-
varle a Cuba un gran artista. Algunos amigos y
admiradores de Ponce, organizados por la señora
Hortensia Lluch de Berg, estamos tratando de
asegurar aportes modestos suficientes, en con-
tribuciones mensuales, para costearle al pintor
su tratamiento como pensionista en el sanatorio
La Esperanza.» La nota periodística concluía con
un llamado vergonzante y desgarrador: «Las per-
sonas que se interesen por ayudar a esta obra de
humanidad y cultura, por salvarle a Cuba, repito,
uno de los artistas más genuinamente originales
y sustantivos que hemos producido, pueden co-
municarse con la mencionada dama, cuya direc-
ción es Paseo y 21 [.. .].»
¡Cuando visitaba a algún amigo ya no se quita-
ba el sombrero ni aun dentro de la casa. «No me
quito el chambergo para no llenarle la casa de
bacilos de Koch», expresaba, burlándose de su
enfermedad.
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