REVISTA CANDÁS EN LA MEMORIA - Numero 8 Abril 2019 REVISTA NUMERO 8 CANDÁS EN LA MEMORIA | Page 12
FIDELIO PONCE DE LEÓN ,EL HOMBRE Y EL
ARTISTA
Del autor que mejor lo conoció Juan Sánchez
entregaron al pintor dos partidas de veinte pe-
sos cada una para cubrir el rubro «ropa».
Vemos, pues, que entre las atribuciones de
aquella Sociedad Ponce-Lluch estaban no sólo
la de comprar espejuelos graduados y hasta la
de librar a Ponce del desahucio —seguramente
no había podido pagar su habitación en el hotel
Rex—, sino la de obtener también alguna ropa
para cuidar elementalmente su presencia per-
sonal. Pero, la conclusión de todo esto, fue que
el pintor debió corresponder —por emplear
algún término— haciendo entrega, más exac-
tamente: regalando el cuadro La mantilla rosa
a la familia que administraba la «sociedad», para
cubrir básicamente el dinero que previamente
se le entregó. Gastos de esta naturaleza se
fueron haciendo hasta 1946, cuando Ponce en-
fermó de gravedad y entonces el proteico mece-
nazgo presentó otro rostro al fundarse un Com-
ité de Damas de Ayuda al Artista Ponce.54
En este contexto, el pintor había ido profun-
dizando sus relaciones con María, la empleada
española que trabajaba en casa de Hortensia.
«Y tu casa, Hortensia, ¿sería capaz de poner la
letra definitiva a ese crucigrama extraño de mi
personalidad?», escribió Ponce. Era, sin duda,
una corta interrogación, pero cargada de suge-
rencias con toda seguridad referidas a su cre-
ciente intimidad con María. Ella pensaba que
Ponce era un hombre con certeza un poco extra-
ño, pero, «más bueno que el pan». Él, a su vez,
decía a sus amigos que María era «un pedazo de
fina madera española sin pulir». Las simples
apreciaciones se fueron convirtiendo para
ambos en una relación amorosa.
Ponce dejó allí muchos de sus cuadros. Algu-
nos eran adquiridos por el matrimonio Lluch-
Berg para su colección y los demás pasaban a
manos de otros ocasionales compradores. De
este modo pintó en casa de Hortensia: Mujer
en verde y siena, El sombrero malva, La man-
tilla rosa, Bañistas, Sauces, El estanque, La
lección de baile, Paisaje, Dora, Asuntos con des-
nudos, Malicia y otros.
Paralelamente fue volcando sobre numerosos
papeles los desgarrones de su alma: «Ay, caros
amigos, qué dolor, qué dolor más hondo nos
causa la fuga de los bellos días del tierno cari-
ño. ¡Qué de recuerdos surgen en nosotros, re-
cuerdos que nos producen honda tristeza, tris-
teza del alma. Cuánto y cuánto tiempo, noble
Hortensia, lloramos hacia adentro al mirar con
las pupilas del alma la vaga lejanía del recuer-
do, al ser bañadas por el triste ocaso del tiem-
po.» La soledad y la vida errante parece que ya
constituyen un fardo cuyo peso siente. «Estoy,
noble amiga, bogando en un obscuro e incierto
mar sin orillas, sin faros, sin esperanzas, el tris-
te mar del tedio, del dolor, del imposible. Oh,
me siento tan solo.» Vuelve a escribir: «Marcho
por la vida sin rumbo, sin vida en el corazón,
es una marcha de autómata, marcha extraña de
un ser sin corazón, sin amor, sin vida, sigo la
marcha trágica pero ya he fallecido, he muerto
y muerto en mí hasta el color de la divinidad.
Oh, ya no soy.» Pero todo indica que las rela-
ciones con María lo reaniman: «Te siento, te
siento en mi alma como un soplo de puro aire
de vida, te siento en mi corazón como una vuel-
ta a la vida misma.»
En otra página aparece por primera vez la
idea del suicidio, aunque a todas luces salta en
las letras que se trata de una muerte de imagi-
nería: «Hortensia: se me muere el corazón, se
me fuga el alma. Oh, madre adoptiva, cuando
me mate, me mataré muerto ya, muerto ya mi
corazón, mi amor, mi vida toda. Será mi sui-
cidio excepcional, el suicidio de un muerto.
¿Qué remedio, que bálsamo, María mía, me das
para tan extraña dolencia?» Cuando María le
confiesa que va a tener un hijo de él, Ponce se
alegra. «Si sale pintor, Carlos Enríquez será su
maestro», dice, lo que refleja su respeto y gran
amistad por el autor del Rapto de las mulatas
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