DERRY
Cactus
es mucho más que una comedia hilarante
TEXTO: ELIZABETH CASILLAS
Antes de popularizarse a nivel mundial gracias a su emisión
en Netflix, Derry Girls era ya todo un fenómeno de masas.
Intentamos comprender por qué la creación de Lisa McGee va
más allá de ser una buena sitcom.
DERRY GIRLS TIENE ESA APARIENCIA de comedia
inglesa pequeña y cuidada, de temporadas tan
cortas como sus capítulos, que tiende a convertirse
en una gran obra que, sin embargo, no alcanza
al gran público. Pero es sólo eso: apariencia. La
comedia creada por Lisa McGee en 2018 sobre cinco
adolescentes que viven en Derry, la segunda ciudad
más grande de Irlanda del Norte, en la década de
los 90 alcanzó cifras de audiencia estratosféricas
en el país desde la emisión de su primer capítulo
y, de una forma impredecible, se convirtió en la
serie de televisión más vista en la nación desde que
comenzaron los registros modernos en 2002 con un
share de 64,2%. Una cifra que no se puede reconvertir
en campos de fútbol pero que, para hacerse una idea,
supera por casi cuatro puntos a la retransmisión de
mayor audiencia en nuestro país: la final del mundial
de fútbol de Sudáfrica.
Con los datos sobre la mesa, una se puede
preguntar qué tiene entonces Derry Girls para
congregar a tanta gente frente a la televisión en la
era de internet. Tan sólo es necesario ver el primer
capítulo para comprenderlo: el guion es ácido y
certero, el quinteto protagonista es perfecto, los
secundarios parecen confeccionados a medida para
el gag y el escenario histórico elegido –el final del
conflicto de Irlanda del Norte– permite narrar otra
cara del conflicto. Es este último punto, precisamente,
el que parece la causa más probable por atípica. Es
decir, la comedia de McGee es hilarante y contiene
escenas que harán las delicias de muchas personas
y, quién sabe, quizás consigan hacer saltar algunas
lágrimas de la risa, pero comedias relacionadas con
la adolescencia y la transición hacia la madurez hay
muchas (y muy buenas). Sobre la normalización de un
conflicto violento, no tantas. Y Lisa McGee sabe de lo
que habla puesto que es norirlandesa y se basó en su
propia experiencia para escribir la serie.
Estamos acostumbrados a leer, ver o escuchar
hablar de los conflictos violentos en la ficción siempre
desde los extremos, y casualmente siempre más desde
un extremo que desde el otro. Lo hemos visto con
el conflicto vasco y lo seguiremos viendo –aún está
por estrenarse en HBO la adaptación de Patria, de
Fernando Aramburu–, por eso lo que hace tan especial
a Derry Girls es que se aleja de ahí. La serie de McGee
se centra en el que simplemente estaba ahí, en el que
le tocó vivirlo y se resigna a ello, en el que preferiría
que no pasase pero que piensa «qué le vamos a
hacer» o en el que, para ir al colegio, tiene que dar
un rodeo porque «hay una barricada» o «se están
manifestando» o, como en el caso de Erin, Orla, Clare,
Michelle y James, porque «el puente está cortado».
El conflicto, para ellos, es que un cine se desaloje a
mitad de la película y se queden sin saber quién es el
asesino, porque la violencia ha sido normalizada. Y
una vez normalizada ya puede ser parte de la comedia.
Hay un capítulo brillante de la segunda temporada
de Derry Girls en el que las chicas van a ir a ver un
concierto de Take That en Belfast, un plan que se
chafa porque un oso polar se ha escapado del zoo
de la ciudad. Erin, la protagonista interpretada por
Saoirse-Monica Jackson, le replica a su madre que
no tendrán otra oportunidad de verlos porque «el
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