Revista Cactus Cactus 37 | Page 44

DERRY Cactus es mucho más que una comedia hilarante TEXTO: ELIZABETH CASILLAS Antes de popularizarse a nivel mundial gracias a su emisión en Netflix, Derry Girls era ya todo un fenómeno de masas. Intentamos comprender por qué la creación de Lisa McGee va más allá de ser una buena sitcom. DERRY GIRLS TIENE ESA APARIENCIA de comedia inglesa pequeña y cuidada, de temporadas tan cortas como sus capítulos, que tiende a convertirse en una gran obra que, sin embargo, no alcanza al gran público. Pero es sólo eso: apariencia. La comedia creada por Lisa McGee en 2018 sobre cinco adolescentes que viven en Derry, la segunda ciudad más grande de Irlanda del Norte, en la década de los 90 alcanzó cifras de audiencia estratosféricas en el país desde la emisión de su primer capítulo y, de una forma impredecible, se convirtió en la serie de televisión más vista en la nación desde que comenzaron los registros modernos en 2002 con un share de 64,2%. Una cifra que no se puede reconvertir en campos de fútbol pero que, para hacerse una idea, supera por casi cuatro puntos a la retransmisión de mayor audiencia en nuestro país: la final del mundial de fútbol de Sudáfrica. Con los datos sobre la mesa, una se puede preguntar qué tiene entonces Derry Girls para congregar a tanta gente frente a la televisión en la era de internet. Tan sólo es necesario ver el primer capítulo para comprenderlo: el guion es ácido y certero, el quinteto protagonista es perfecto, los secundarios parecen confeccionados a medida para el gag y el escenario histórico elegido –el final del conflicto de Irlanda del Norte– permite narrar otra cara del conflicto. Es este último punto, precisamente, el que parece la causa más probable por atípica. Es decir, la comedia de McGee es hilarante y contiene escenas que harán las delicias de muchas personas y, quién sabe, quizás consigan hacer saltar algunas lágrimas de la risa, pero comedias relacionadas con la adolescencia y la transición hacia la madurez hay muchas (y muy buenas). Sobre la normalización de un conflicto violento, no tantas. Y Lisa McGee sabe de lo que habla puesto que es norirlandesa y se basó en su propia experiencia para escribir la serie. Estamos acostumbrados a leer, ver o escuchar hablar de los conflictos violentos en la ficción siempre desde los extremos, y casualmente siempre más desde un extremo que desde el otro. Lo hemos visto con el conflicto vasco y lo seguiremos viendo –aún está por estrenarse en HBO la adaptación de Patria, de Fernando Aramburu–, por eso lo que hace tan especial a Derry Girls es que se aleja de ahí. La serie de McGee se centra en el que simplemente estaba ahí, en el que le tocó vivirlo y se resigna a ello, en el que preferiría que no pasase pero que piensa «qué le vamos a hacer» o en el que, para ir al colegio, tiene que dar un rodeo porque «hay una barricada» o «se están manifestando» o, como en el caso de Erin, Orla, Clare, Michelle y James, porque «el puente está cortado». El conflicto, para ellos, es que un cine se desaloje a mitad de la película y se queden sin saber quién es el asesino, porque la violencia ha sido normalizada. Y una vez normalizada ya puede ser parte de la comedia. Hay un capítulo brillante de la segunda temporada de Derry Girls en el que las chicas van a ir a ver un concierto de Take That en Belfast, un plan que se chafa porque un oso polar se ha escapado del zoo de la ciudad. Erin, la protagonista interpretada por Saoirse-Monica Jackson, le replica a su madre que no tendrán otra oportunidad de verlos porque «el 44