ISMA - Instituto Superior Marista A-730
Aula Magna Nº 17
mamá aconseja a su hijo grande como si fuera todavía un niño. Nosotros también, ya somos
grandes y por eso sabemos comprender consejos de nuestra Madre Iglesia. La obligación
de asis•r a misa, por ejemplo, era un modo de inculcar la importancia de la celebración
eucarís•ca. Pero no nos movemos hoy por obligaciones pedagógicas sino por mo•vaciones
personales.
Los tres sueños maristas
Marcelino Champagnat tuvo un sueño. Todos los santos han sido grandes soñadores, como
Don Bosco sobre la Patagonia. San José, esposo de la Virgen, fue el primero. Cuando una
noche se recostó sobre su mochila, esperando la oscuridad cerrada para abandonar Nazaret
sin que lo advir•eran, se quedó dormido. El evangelio nos dice que era un hombre “justo”
o santo y por eso decidió alejarse de María, su prome•da, respetando un embarazo que no
comprendía. Se perdería en la Diáspora judía. Aquella noche, recostado sobre su mochila,
tuvo un sueño. Yo creo que soñó con María que le pedía que la acompañara. Y no dudó.
Desarmó la mochila y fue a buscarla y llevarla a la nueva casita que venía construyendo.
Dije que Champagnat tuvo un sueño. Diría que, en realidad, fueron tres sueños, cada
uno dentro del anterior, como los cuentos de Las mil y una noches. El primero fue el de
Marcelino, que cobró forma cuando tuvo en sus brazos al joven Montagne, moribundo.
El segundo sueño es el de los Hermanos maristas, fundados por Marcelino. Siendo fieles
al carisma fundacional, soñaron su propio sueño. Se independizaron de la rama de los
sacerdotes maristas y desarrollaron un formidable proyecto educa•vo, mirando a los chicos
pobres, sin excluir a los otros. La can•dad de már•res maristas en España, muchos de ellos ya bea•ficados, son como el broche de
oro de este segundo sueño.
El tercer sueño nació con el Concilio Va•cano II. La Congregación marista tuvo muchos cambios, como el dejar la sotana. Pero lo
importante es el cambio interior. No sólo cambiaron las normas. Surgió otro espíritu, el del Concilio. Vivimos en una Iglesia que es
comunidad familiar, antes de ser una sociedad perfecta, con leyes y autoridades. En una Iglesia abierta al mundo y no enclaustrada,
a la defensiva. Buscamos construir puentes hacia los que están alejados, y no murallas para protegernos. Deseamos dialogar con
los de otras Iglesias y religiones, para luchar juntos por la paz. Creemos que un mundo mejor es posible, donde no haya niños
desnutridos ni afligidos. Y la aplicación de los derechos del niño cons•tuye una forma moderna de enriquecer el sueño fundacional
de Champagnat.
La familia marista
Algo caracterís•co de este tercer sueño es la ampliación de la comunidad marista. Junto a los Hermanos consagrados, con votos
de pobreza, cas•dad y obediencia, están los laicos de la familia marista, varones y mujeres, solteros y casados. Con frecuencia hay
vínculos laborales; son co-laboradores. En otros casos hay relaciones de amistad. Están los bienhechores de las obras maristas,
los papás que nos con#an sus hijos, los de Qui•lipi, que esperan nuestra visita. Lo común a la familia marista es la espiritualidad
que nació con Marcelino. De ella se alimentan los “Hermanos azules”, en Siria, un grupo de Hermanos, laicas y laicos, todos con el
uniforme azul de la época de Champagnat, que procuran darles de comer y algunas clases a chiquitos abandonados en medio de
esa guerra feroz.
De Marcelino heredamos la inclinación a soñar. Los jóvenes que egresan de nuestros colegios e ins•tutos superiores se llevan un
diploma bajo el brazo, que es co•zado como un pasaporte internacional. Pero sobre todo se llevan, en el corazón, el sueño de
prestar un servicio a la sociedad. La reciente Asamblea General de la congregación marista, reunida en el Hermitage, la casa madre
construida con el sudor de Mar celino, tuvo como lema: “Despertar la aurora. Profetas y mís•cos para nuestro •empo”. Es otro
modo de decir: seamos soñadores. El profeta Isaías soñó que el león comía pasto junto con el cordero. Algún compañero le habrá
explicado que no es posible, que el león no fue creado para ser vegetariano. A Marcelino también intentaron explicarle que su
sueño no tenía los pies en la •erra. ¡No nos expliquemos a nosotros mismos que un mundo mejor no es posible!
En la actual familia marista es donde más se aprecia el genio femenino. El papa Francisco dice, en el documento citado: “Reconozco
con gusto cómo muchas mujeres comparten responsabilidades pastorales junto con los sacerdotes, contribuyen al acompañamiento
de personas, de familias o de grupos y brindan nuevos aportes a la reflexión teológica. Pero todavía es necesario ampliar los
espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia. Porque «el genio femenino es necesario en todas las expresiones
de la vida social; por ello, se ha de garan•zar la presencia de las mujeres también en el ámbito laboral»[72] y en los diversos lugares
donde se toman las decisiones importantes, tanto en la Iglesia como en las
estructuras sociales” (n.103).
Una presencia femenina “más incisiva” en la Iglesia. ¡Qué desa#o para la
familia marista! No esperemos las órdenes del papa o de los obispos. Son
ellos los que están esperando nuestras inicia•vas. Francisco nos ayuda a
vivir el tercer sueño, recostados en la mochila del caminante, como san
José, porque todos somos peregrinos y nos preocupan, como a Marcelino,
los que se van quedando atrás.
* El autor, sacerdote jesuita, es profesor de Doctrina Social de la Iglesia
en la Facultad de Teología de San Miguel, perito de la Comisión Episcopal
argen!na de Ecumenismo y Diálogo Interreligioso, profesor en el curso
de Valores Religiosos, vicario de la parroquia San Mar"n de Porres y
capellán en el colegio marista Manuel Belgrano.
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