Revista Antonio Devoto Cara o Cruz | Page 15

Estaba también el viejo, que sin inmutarse le dijo que no lo conocía, que no era él con quien había firmado el acuerdo, que le probara que era quien decía ser; que se convirtiera en hormiga y reuniera a todos los demonios en sí mismo. El demonio, enfermo de soberbia y deseoso de ostentar su poder, se convirtió en hormiga y todos los demonios entraron en él. El viejo se movió rápidamente, tomó la hormiga y la hizo entrar en la tabaquera. El infierno mismo parecía mover la tabaquera, pero el viejo les gritaba a los demonios, que no saldrían de allí, a menos que se abriera la tabaquera y él no lo haría. Se sentían aullidos, que por ser infernales eran espantosos.

El viejo todas las mañanas sacudía la tabaquera hasta quedar exhausto. Mientras tanto, en el pueblo los vecinos no reñían entre sí, reinaba la armonía, no solo en las calles, sino también en las familias, los hijos no discutían con sus padres ni los maestros con sus alumnos Los que vivían del conflicto, comenzaron a morirse de aburrimiento, nomás.

El viejo se fue al infierno “No tengo opción se dijo a sí mismo”.

Pero, he aquí que enterado Mandinga que quien solicitaba ingreso era el viejo Miseria, a los cuatro vientos grito “a ese viejo ladino y tramposo ni siendo zonzo en mi reino dejaré entrar”.

El viejo Miseria sin saber adónde ir, tuvo que volver a la tierra, y desde entonces como dijo el gaucho Martín Fierro: “”Debe trabajar el hombre, para ganarse su pan, porque la miseria en su afán, de perseguir de mil modos, llama en la puerta de todos, y entra en la del haragán”.

Uno de ellos, de los últimos que quedaban, habló con el gobernador y le comentó los rumores que había en el pueblo respecto del viejo Miseria, y ni cortos ni perezosos “rumbiaron” para la herrería.

Allí el gobernador ordenó al viejo que abriera la tabaquera, el viejo acató la orden, y los demonios liberados profirieron aullidos que parecían ser de gozo, al verse libres de nuevo.

Muy pronto, el viejo enfermó y murió. Luego de lo cual fue al paraíso, golpeó sus enormes e intimidantes puertas. Salió San Pedro, y viendo al viejo Miseria le preguntó qué quería, el viejo le pidió entrar, argumento a su favor, lo que le había hecho al príncipe de lo oscuro, pero el guardián del paraíso, le recordó su negativa a pedirlo allá en la tierra y le cerró las puertas en la cara.

En el infierno circuló la noticia de que había que ir a buscar al viejo Miseria. Sabiendo lo que había ocurrido antes, el Señor de los dominios infernales dispuso que dos demonios cumplieran el encargo.

Ya en la herrería, el viejo recibió a los dos representantes del Demonio, les pidió unos minutos, invitando a sus visitantes que, para matizar la espera, subieran al nogal del patio y se deleitaran con sus nueces, que eran las mejores.

Uno de los demonios fue hasta el nogal y comió todas las nueces caídas en el suelo, y luego se trepó al árbol. El otro demonio muy pronto lo siguió.

Estaban arriba del árbol cuando salió el viejo y los invitó a irse. Sin embargo, los demonios no podían bajar del árbol. El viejo les dijo: “no podrán bajar sin mi permiso, y no se los daré, si no me dan otros veinte años de buena vida”. Los demonios deliberaron, y reflexionaron que como tenían toda la eternidad, veinte años no eran nada. Así que le concedieron sus deseos al viejo. Éste repitió la historia conocida.

Al cabo de los veinte años hubo revuelo en el infierno, el mismo Mandinga en persona, se dispuso a buscar y traer al viejo Miseria. Y es así que la herrería se convirtió en una sucursal del infierno, estaban allí el príncipe de la oscuridad y sus huestes.