Revista Antonio Devoto Cara o Cruz | Page 14

Cuentan que un día caminaban por los polvorientos caminos de Palestina, Nuestro Señor Jesucristo y Pedro, llevando consigo un caballo, al cual le faltaba una herradura, de repente vieron una desvencijada casucha con el cartel de herrería. Sin dudarlo entraron.

Salió un viejo de tan miserable aspecto como la construcción. Se presentó con el nombre de Miseria.

Enterado del problema comenzó a buscar entre los trastos viejos, una herradura, que finalmente encontró, y colocó en el animal.

Hecho lo cual los visitantes retomaron su camino. Pero, de repente, Pedro dirigiéndose al Señor, le destacó que con el viejo no habían tenido ninguna atención. Nuestro Señor lo reconoció y volvieron sobre sus pasos, y encarando al viejo Miseria, le dijo quién era y que le pidiera tres deseos.

El visitante desapareció tan misteriosamente como había hecho su entrada. El viejo, todavía sin reponerse del todo de su sorpresa, se dio cuenta de que el caballero al retirarse había dejado una bolsa sobre la mesa. Al abrirla encontró que estaba llena de oro. Por los próximos veinte años se dio la gran vida. Pero, como lo bueno pasa rápido, al cumplirse el tiempo, volvió a la herrería, y ya estaba esperándolo el caballero, para hacer efectivo el acuerdo. El viejo, resignado, le pidió unos minutos para prepararse. Mientras tanto, le dijo a su interlocutor, que se sentara en la única silla del lugar. Así lo hizo el visitante. Al rato, salió el viejo listo para partir. Pero, he aquí que el huésped no podía levantarse, era como si estuviera aprisionado por ella. El viejo le espetó “no podrás levantarte sin mi permiso”, y no lo daré hasta que me des otros veinte años de juventud y riqueza. El visitante, reflexionó sobre su situación y concedió sus deseos al viejo.

Éste gozó por otros veinte años de una vida de placeres y lujo. Pero, como todo pasa, muy pronto los años pasaron.

Luego que le concedió los deseos pedidos, Nuestro Señor y su compañero continuaron su camino. Cuando se quedó solo el viejo se enfureció por no haber pedido cosas mejores, y se dijo que si estuviera el demonio aquí presente, no dudaría en darle su alma a cambio del cumplimiento de sus deseos.

Ensimismado en esos pensamientos, salió de ellos al escuchar golpes en la puerta. Eran de quien se presentó como el Caballero Lili quien tenía unos papeles en su mano, y le comentó que le cumpliría sus deseos a cambio de su alma. El plazo del acuerdo eran veinte años. El viejo ni lo dudó. Firmó los papeles.

Pedro colocándose detrás del viejo comenzó a decirle “Pídele el Paraíso”, el viejo desorientado sin saber si aquello iba en serio, lo calló a Pedro, y diciéndose a sí mismo que nada tenía que perder, le pidió a Nuestro Señor, que aquel que se sentara en la única silla que había en su casa, no pudiera levantarse sin su permiso. ”Concedido”, dijo Jesús. Luego, que el viejo hiciera callar a Pedro -quien no dejaba de molestarlo insistiendo con el pedido del Paraíso-, solicitó a continuación que aquel que subiera al nogal de su patio, tampoco pudiera bajarse sin su permiso, y acto seguido, requirió que aquel que entrara a una pequeña tabaquera que tenía sobre la mesa -también- debía tener su permiso para salir.

EL VIEJO MISERIA

Versión de Félix Aban

Literatura