sopa de
OJOS
Estuvimos jugando hasta la hora del lonche y la
mamá de Alemauz nos inivitó a su casa. Sentados
en la mesa nos dio de comer sopa de ojos, ojos de
todos los colores, marrones-grises-verdes, que flo-
tando en la cuchara te miraban fijamente, llenán-
dote de escalofríos.
Invadido por el asco, le dije a la señora que no
podía tomar más, que estaba con dolor de barriga,
pero ella se empecinó en no dejarnos salir hasta
que nos tragáramos el último ojo que, cómo bien
nos había recomendado, había que pasarlos ente-
ros, sin masticarlos.
Esa noche, en mi cama, sentí que me iba a morir,
pero no me pasó nada, salvo que nunca más vol-
veré a dormir bien, ahora que llevo en mi interior
una docena de ojos que permanecen bien abiertos.
19