PROCESIÓN DE OCTUBRE
Vivía en el centro de Lima un niño que era muy devoto
de El Señor de los Milagros. Su mamá le había confec-
cionado un hábito morado y todos los años, cuando la
procesión pasaba por la puerta de su casa, le rezaba y le
arrojaba flores.
Ese año el niño y su mamá no llegaron a tiempo. Tuvie-
ron un compromiso lejos y cuando llegaron, la muche-
dumbre ya había pasado. Al llegar la noche, el niño se
acostó muy triste y se durmió pensando en los platillos y
sabrosas golosinas que ese día no había podido probar.
A eso de las tres de la madrugada, el niño se despertó por
el sonido de la banda, las bombardas y el olor inconfundi-
ble de los sahumerios. La procesión volvía a pasar por su
casa. Buscó a su mamá y vio que estaba profundamente
dormida. Sin despertarla se vistió con el hábito y bajó las
escaleras para rezarle al Señor y arrojarle las flores que
tenían como ofrenda.
Ya en la calle vio que la Sagrada Imagen era seguida por
hombres con capa y sombrero y mujeres con el rostro
cubierto por un manto. Una vendedora le obsequió un
pedazo de turrón. Otra una porción de mazamorra y una
mujer morena un anticucho de corazón. El niño no lo
sabía pero se trataba de fantasmas, de gente creyente que
había vivido en otro tiempo.
La neblina cayó sobre Lima y la procesión de las almas
desapareció. El niño devoto se fue con ellos.
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