REBELIÓN EN LA GRANJA Rebelión en la Granja-George Orwell | Page 93

dos. Frederick gritó a sus hombres que escaparan mientras aún les fuera posible, y enseguida el enemigo huyó acobarda- do y a toda velocidad. Los animales los persiguieron hasta el final del campo y lograron darles las últimas patadas, cuando a toda velocidad cruzaban la cerca de espino. Habían vencido, pero estaban maltrechos y sangrantes. Lentamente y renqueando volvieron hacia la granja. El es- pectáculo de los camaradas muertos que yacían sobre la hier- ba hizo llorar a algunos. Y durante un rato se detuvieron des- consolados y en silencio en el lugar donde antes estuviera el molino. Sí, ya no estaba; ¡hasta el último rastro de su labor había desaparecido! Hasta los cimientos estaban parcialmente destruidos. Y para reconstruirlo no podrían esta vez, como an- tes, utilizar las piedras derruidas. Hasta ellas desaparecieron. La fuerza de la explosión las arrojó a cientos de metros de dis- tancia. Era como si el molino nunca hubiera existido. Cuando se aproximaron a la granja, Squealer, que inexpli- cablemente estuvo ausente durante la pelea, vino saltando hacia ellos, meneando la cola y rebosante de alegría. Y los animales oyeron, procediendo de los edificios de la granja, el solemne estampido de una escopeta. —¿A qué se debe ese disparo? —preguntó Boxer. —¡Para celebrar nuestra victoria! —gritó Squealer. —¿Qué victoria? —exclamó Boxer. Sus rodillas estaban sangrando, había perdido una herradura, tenía rajado un casco y una doçena de perdigones incrustados en una pata trasera. —¿Qué victoria, camarada? ¿No hemos arrojado al enemi- go de nuestro suelo, el suelo sagrado de «Granja Animal»? —Pero han destruido el molino. ¡Y nosotros hemos trabaja- do durante dos años para construirlo! —¿Qué importa? Construiremos otro molino. Construire- mos seis molinos si queremos. No apreciáis, camaradas, la im- 93